La nueva mujer japonesa

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Entre la tradición y la modernidad
Ashiya (Japón). En la Conferencia de Pekín se advierte el contraste entre el feminismo radical de Occidente y la postura de muchos países orientales e islámicos. El primero es de cuño individualista y manifiesta poco aprecio por la maternidad. Los segundos ven en las demandas feministas una amenaza a la familia, e invocan el derecho a la propia cultura para justificar las tradicionales discriminaciones contra la mujer. El caso de Japón es ilustrativo, pues aquí se atisba a qué puede conducir la «occidentalización» de la herencia confuciana.

El viejo adagio confuciano de que «la mujer debe obedecer a su padre en la juventud, a su marido en la madurez y a su hijo en la vejez», sigue teniendo cierta validez en Japón.

La vida social, en cuanto existe (más bien escasa en comparación con Occidente), apenas cuenta para la mujer casada. De acuerdo con añejos convencionalismos, su ideal es ser apoyo del marido, haciéndose cargo de las tareas del hogar y del cuidado y educación de los hijos, para que el hombre pueda dedicarse completamente a su trabajo sin que nada le distraiga de este cometido y de su tarea de procurar el sustento familiar.

Muchas mujeres definen todavía hoy su puesto en la sociedad y su cooperación al espectacular desarrollo económico de la nación, como la «fuerza oculta» o «entre bastidores», que no se ve pero sin la cual la sociedad japonesa no podría funcionar. El vocablo japonés con que se designa a la esposa (okusan) significa precisamente la persona que está detrás, en el fondo, o dentro de la casa.

Las mujeres se ocupan también de cuidar a los ancianos de la familia. Especialmente en esta era de koreisha shakai (sociedad de viejos) en la que más de un 16% de la población supera los 65 años de edad, y con el continuo crecimiento de la esperanza de vida -alrededor de 77 años para los hombres, y 83 para las mujeres-, ésta puede llegar a ser una tarea realmente onerosa. Es obligación de la mujer hacerse cargo de los padres del marido, más incluso que de los suyos propios, ya que al casarse pasa a formar parte de la ie o registro familiar del esposo (ver servicio 161/89).

La mujer ideal

Para los japoneses, «obligación» (gimu), «responsabilidad» (sekinin), «honor» (meiyo) no son palabras huecas. La filosofía confuciana enseña que se nace en un mundo de obligaciones, y por el mismo hecho de nacer se contrae un deber hacia los padres que nunca se podrá satisfacer por completo. Por otra parte, en Japón llevar con responsabilidad una carga pesada se considera un honor. Existen otros dos vocablos -shimbo (paciencia) y gaman (perseverancia en lo duro)- que expresan bien el tipo de perseverancia paciente ante las dificultades, que viene a ser la clave que define la concepción confuciana de la mujer.

En 1983 se produjo en Japón un fenómeno que perdura. Un serial de televisión mantuvo en vilo a casi toda la nación, que día tras día seguía las incidencias, penas, trabajos, sinsabores de la vida de Oshin, una frágil mujer japonesa nacida en 1901 y que durante su larga vida (ochenta y tantos años) desempeñó infinidad de trabajos: niñera a partir de los 7 años, criada, moza de labranza, peluquera, pescadora y finalmente copropietaria, junto con su tacaño hijo mayor, de una cadena de supermercados. Enseguida la serie se hizo inmensamente popular en muchos países de Asia y aún hoy se sigue reponiendo de vez en cuando.

Oshin, cuyo nombre deriva de shimbo, es por supuesto un personaje ficticio. Pero su historia está entresacada de la vida real de 300 mujeres. Excepto al final, que la presenta como una próspera mujer de negocios -cosa que comparativamente pocas mujeres han logrado-, el resto de la historia refleja con veracidad la vida de la mujer japonesa de antes de la guerra. Oshin ha quedado como símbolo del prototipo de la mujer japonesa ideal: sufrida, emprendedora, diligente, que nunca se queja y absolutamente entregada a los hijos.

Del liderazgo a la subordinación

Hubo un tiempo en los albores de Japón en que las mujeres ostentaron altos cargos en el gobierno del país. Con Amaterasu -la mítica diosa del sol- como fundadora de la dinastía imperial, la sociedad se hallaba impregnada de un fuerte sustrato matriarcal.

Antiguos escritos chinos revelan que el liderazgo femenino era común en el siglo III, y que hubo emperatrices hasta bien avanzado el siglo VIII. Las mujeres gozaban de gran libertad en la corte de Heian (el actual Kioto), donde dominaron gran parte de la literatura entre los siglos VIII y XII. Incluso al inicio de la época feudal las mujeres podían heredar propiedades y tomar parte activa en el gobierno.

Posteriormente, sin embargo, la filosofía confuciana junto con la larga experiencia feudal restringieron la libertad de la mujer, y la forzaron a una completa subordinación al hombre. Las mujeres fueron gradualmente expulsadas de la estructura feudal y reducidas a un papel periférico y suplementario.

El confucianismo, que -como explica el historiador Reischauer- es en realidad el producto del sistema patriarcal y de una sociedad completamente dominada por los hombres en China, da importancia a la mujer no tanto como compañera del hombre e incluso como objeto de placer, sino en cuanto puede ser madre y perpetuar así la familia. Esta filosofía, con fuertes tendencias puritanas, considera además el amor romántico como una debilidad y el sexo simplemente como un mecanismo para mantener la continuidad familiar.

Doble rasero

Todo lo referente a la moral sexual, las actitudes ante el amor, el matrimonio y el lugar de la mujer en la sociedad son terrenos en que existen aún hoy marcadas diferencias entre Japón y los países occidentales. Aunque en estos aspectos la sociedad japonesa evoluciona cada vez con más rapidez, todavía es bastante común -al menos en el aspecto externo- aplicar un doble rasero o norma de conducta moral, que deja a los hombres libres y restringe la actividad de la mujer.

Aunque también las jóvenes japonesas tienen bastante libertad, por lo general son más bien conservadoras. Su educación es más estricta que en muchos países de Occidente y, por supuesto, mucho más que la de los varones. Normalmente tienen que estar en casa no más tarde de las 10.30 de la noche, no salen con chicos después de esa hora, y no pasan la noche fuera a no ser en casa de una amiga o con un grupo.

A la mujer casada se le pide una mayor fidelidad que al marido. La infidelidad de la mujer se considera un gran desorden, pero no en cambio la del hombre. Son pocas, por otra parte, las casadas que tienen vida social fuera del ámbito familiar. Normalmente no acompañan a sus maridos a cenas o fiestas, excepto en algunos casos en que participan extranjeros. Tampoco reciben invitados en sus casas, que son demasiado pequeñas para ese tipo de reuniones. Los maridos, por otra parte, desarrollan una vida social mucho más amplia con el grupo de colegas de trabajo, que a menudo incluye algunas mujeres jóvenes, solteras.

Sin conciencia de opresión

De todos modos, las mujeres japonesas no se sienten oprimidas. Les gusta estar con sus amigas, generalmente compañeras de estudios. Se lo pasan bien con lo que quizás en otros países se considerarían pasatiempos de segundo orden: ceremonia del té, clases de idiomas en centros culturales, comer juntas, etc. «Los centros culturales son buenos sitios para hacer amistades y matar el tiempo», dice Yumiko Takeda, un ama de casa con dos niños en edad escolar. Y añade: «Matar el tiempo es uno de los relativamente nuevos lujos que nuestras madres no concieron cuando eran jóvenes, fruto del éxito económico de nuestro país. Aunque tengamos motivos para quejarnos de la calidad de vida en otros aspectos, es necesario admitir que Japón es una sociedad rica y con dinero suficiente para adquirir todo tipo de electrodomésticos que permiten un considerable incremento del tiempo libre de las amas de casa».

La mujer japonesa de hoy no es ya aquel personaje tímido de antaño, envuelta en un delicado kimono de seda que le obligaba a dar pasitos cortos y que andaba siempre detrás de su marido. Hoy en día el kimono se usa sólo en contadas ocasiones. Las mujeres jóvenes prefieren los jeens de marca, o los trajes de última moda. Compiten con ventaja con los hombres en nivel de educación. Andan con soltura, conducen coches todo terreno, trabajan prácticamente en todos los sectores y disfrutan de una independencia económica y de movimientos que sus madres nunca soñaron.

Mayumi Murayama (67 años), miembro de la cámara alta de la Dieta y que ha desempeñado varios puestos ministeriales, incluido el de secretaria de gabinete entre 1989 y 1990, dijo hace justo diez años, refiriéndose a la situación de las mujeres japonesas: «Es una montaña que tenemos que mover a toda costa». A finales de agosto pasado, en una entrevista publicada en el Asahi Evening News, dijo: «La promulgación de la ley de igualdad de oportunidades en 1986 fue un acontecimiento trascendental para la mujer japonesa. Gracias a ella, hoy podemos ver mujeres en oficinas gubernamentales y en el sector privado. También, desde 1992, hay alumnas en la Academia de la Defensa Nacional. Hay mujeres pilotos, mujeres que conducen camiones, mujeres que manejan grandes grúas… Todo esto lo hemos visto en los últimos diez años. Definitivamente la montaña se ha movido».

Muchos críticos afirman, sin embargo, que sólo se han movido algunos guijarros, y que las mujeres no han conseguido todavía un trato justo ni en el trabajo ni en la sociedad en general.

Matriarcado servil

En japonés hay dos palabras para significar «verdad». Tatemae es la verdad externa, las apariencias superficiales. Honne es la verdad interior: algo profundo y muy apreciado, que se despacha en pequeñas dosis, en raras ocasiones, y sólo a los íntimos. Por lo general, los visitantes sólo perciben el tatemae. Pero las apariencias engañan. Los matrimonios, por ejemplo, no suelen mostrar manifestaciones de afecto en público. La rudeza en el trato y el lenguaje aparentemente despectivo que algunos maridos usan con sus esposas, es en realidad un convencionalismo o modo de hablar al referirse a un miembro de la propia familia. Las mujeres, por su parte, no se atreverían a alabar a sus maridos delante de otras personas. Son características superficiales (tatemae) heredadas del viejo sistema.

Muchos de los elementos básicos del antiguo matriarcado han persistido a través de los siglos, a pesar de la capa de supremacía masculina resultante del feudalismo y de la doctrina confuciana. En la actualidad se suele reconocer que las mujeres poseen mayor fuerza de voluntad y son psicológicamente más recias que los hombres. No cabe ninguna duda de que la familia moderna japonesa se centra en la madre, y está dominada por ella. De hecho, el padre es sólo un número en los asuntos de la familia. La gestión económica la lleva casi exclusivamente la madre, de quien el padre recibe una asignación semanal para los gastos privados. Pero aunque la esposa sea el miembro dominante en la familia, la posición de la mujer en la sociedad sigue teniendo carácter servil (honne).

La mujer en el trabajo

Es cierto que las mujeres japonesas han avanzado en muchos campos: en el deporte, en el arte, en la educación, etc.; y es notable, sobre todo, el número de las que trabajan para ser económicamente independientes. Cerca del 40% de la población activa está compuesta de mujeres y el número de familias con ingresos dobles excede al de hogares con amas de casa full time.

A pesar de todo, la sociedad y muchas de sus instituciones apenas han cambiado para hacer frente a esta realidad. Un informe reciente de la ONU señala que las mujeres japonesas ocupan el tercer lugar en el mundo en cuanto a ingresos y a nivel educativo, pero son sólo el número 27 en lo que se refiere a puestos de responsabilidad en política o en la empresa.

Las mujeres siguen sobrecargadas con la responsabilidad de los trabajos domésticos y la crianza de los hijos, y en muchos terrenos persiste la idea de que las mujeres son ayudantes de los hombres.

El número de mujeres casadas que vuelven al trabajo se ha cuadruplicado en los últimos veinte años, aunque el tipo de trabajo suele ser part time: dependientas en grandes almacenes o supermercados, oficinistas, etc. Otras no han dejado sus empleos al casarse y suelen trabajar en fábricas, tiendas, etc. Es típico, sin embargo, que las mujeres desempeñen los trabajos serviles. Hoy día ocupan sólo el 6,2% de los puestos de responsabilidad en empresas y el 2,7% de los cargos públicos.

Joven liberada busca marido

Con el colapso de la «burbuja económica» de los 80 y la subsiguiente depresión, las empresas dejaron prácticamente de contratar a mujeres; y 1995 se ha definido como era superglacial para las mujeres que buscan trabajo. Según Recruit Research Co., sólo hay 45 ofertas para cada 100 mujeres, frente a 133 para cada 100 hombres. Ante estas perspectivas, muchas mujeres jóvenes han puesto los ojos en el matrimonio. Los anuncios de agencias matrimoniales abundan en los medios de comunicación del país. Según el popular semanario Shukan Yomiuri, el número de mujeres jóvenes que buscan marido ha subido un 200% desde 1994.

Desde hace tiempo muchas mujeres jóvenes rehusaban casarse a pesar de la insistencia de sus padres. Querían trabajar durante varios años antes de pensar en formar una familia. Pero bastantes, cuando creían llegado el momento, no lograban encontrar el hombre soñado. Esta situación ha creado grandes problemas a la sociedad japonesa, que está envejeciendo a marchas forzadas. Problemas que repercuten en gran parte sobre la mujer. Hoy en día una de cada 15 mujeres mayores de 40 años tiene que ocuparse de un pariente anciano y enfermo. Según cálculos del Ministerio de Sanidad, en el año 2025 esa responsabilidad recaerá sobre los hombros de una de cada 2,6 mujeres, ya que, si sigue la tendencia actual, el número de viejos postrados en cama se triplicará.

No hay duda de que la mujer japonesa sigue siendo el elemento escondido que hace posible el éxito económico del país.

Las leyes y la discriminación sexual

La constitución de 1947, impuesta por las fuerzas de ocupación, teóricamente garantiza los derechos de la mujer a través de una enmienda sobre igualdad de derechos. Pero hasta el momento rara vez se ha puesto en vigor el contenido de esa ley, que no ha penetrado todavía del todo en la conciencia nacional.

No es raro, por tanto, que la mayor parte de la influencia para el cambio venga de fuera. La periodista Reiko Masuda (66 años), que durante cuatro décadas ha dedicado sus esfuerzos a cuestiones relacionadas con la mujer, señala: «Como en otros muchos campos, gracias al gaiatsu [presiones externas] el problema de la discriminación sexual ha mejorado mucho en Japón. La ley de permiso por maternidad no fue promulgada hasta 1991, después del llamado ‘shock 1,57’, cuando el promedio de hijos por mujer bajó a 1,57, y fueron las presiones externas las que motivaron la promulgación de la ley de igualdad de oportunidades en el empleo».

La presión exterior más fuerte proviene de la ONU, con la Convención sobre eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres. Principalmente a causa de la extremada susceptibilidad de los japoneses ante su imagen en otros países, Japón firmó la Convención en 1980, pero no fue ratificada por la Dieta -tras vencer una fuerte resistencia- hasta 1985.

Para ratificarla se necesitaron cambios fundamentales en tres áreas. El primer problema fue definir el concepto de nacionalidad japonesa, de modo que las madres pudieran transferirla a los hijos. Bajo la vieja ley éste era privilegio sólo de los padres. El segundo problema se relaciona con la educación. Tradicionalmente, sólo las chicas cursaban la asignatura de economía doméstica, mientras que los chicos tenían en su lugar clases extra de educación física. Hoy la economía doméstica es asignatura optativa para los dos sexos. El tercer problema fue foco de un acalorado debate en la Dieta, y se refiere a la ley de igualdad de oportunidades en el empleo. Con ella las mujeres perderían algunos privilegios que les aseguraba una legislación protectora: limitación de las horas extra, prohibición del trabajo nocturno, etc. La nueva ley les daría a cambio igualdad de oportunidades en el empleo y posibilidad de forma-ción profesional adecuada y de promoción.

Por fin se aprobó en 1986 una versión aguada que no penaliza a los infractores y simplemente «recomienda» a los patronos y empresarios ajustarse a las directrices de la igualdad de oportunidades. Lo cual quiere decir que oficialmente existe en teoría la posibilidad de igualdad en el trabajo para la mujer (tatemae), pero no necesariamente en la práctica (honne).

Antonio Mélich

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