Hace ya algunos años que la percepción de vivir en un “cuerpo equivocado” no es, para la Organización Mundial de la Salud ni para la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA), un trastorno. La “despatologización” de la denominada disforia de género (DG) ha sacado a esta de la categoría disorder y la ha reubicado en una más neutral: condition. Si no hay disorder, no hay nada que tratar ni investigar: queda solo afirmar en el “género” opuesto a quien así lo desee, con lo que no es raro que en algunos países se hayan disparado los casos de DG.
Allí donde ha sido tendencia, ha afectado especialmente a los jóvenes. En el Reino Unido, las remisiones por presunta DG a la clínica Tavistock & Portman –especializada en este asunto– se incrementaron de menos de 100 casos de niños y niñas en 2009 a casi 700 niños y 1.750 niñas en 2019.
También en EE.UU. prendió con fuerza el entusiasmo trans: según un estudio efectuado por un equipo de las universidades John Hopkins y Harvard, de casi 38.000 casos de DG diagnosticados entre 2000 y 2014, el número de cirugías de “reasignación de sexo”, encaminadas a afirmar a los solicitantes en el “género sentido”, se fue incrementando por períodos: entre 2000 y 2005 se operó al 72% de los interesados, y ya entre 2006 y 2011, al 84%.
Sorpresivamente, sin embargo, en esos mismos países la tendencia a ver DG en todo lo que se mueva y respire parece estar echando el freno. Ligeramente.
Tocando techo
Estaría ocurriendo desde inicios de la década, según constata Eric Kaufmann, profesor de Ciencias Políticas del Birkbeck College (University of London), en su investigación “¿Nacido así? El ascenso de lo LGBT como identidad social y política”: “Varias fuentes indican que la disconformidad de género –la identidad trans y la no binaria– ha alcanzado su pico en los últimos años y ha empezado su declive”.
Los universitarios estadounidenses más jóvenes tienen cada vez menos tendencia a manifestar disforia de género
El experto ilustra la situación con varios datos. Por una parte, observa que las remisiones por probable DG a la clínica Tavistock, en Londres, han caído de 2.745 en el curso 2019-20 a 2.383 entre 2020 y 2021. Por otra, echa mano de los sondeos de la Foundation for Individual Rights in Education (FIRE), realizados entre universitarios de EE.UU.
Los encuestadores, que no deslindaron entre trans y “no binarios” (solo “inconformes con su género”), hallaron que en 2020 el 1,5% de los estudiantes de las 50 principales universidades norteamericanas dijeron no identificarse con su sexo biológico, cifra que bajó al 0,85% en 2021. Una muestra mayor, en 150 centros, reveló un porcentaje más alto (0,95%), pero todavía por debajo del de 2020.
Cabe añadir, respecto a la primera muestra, que el descenso se produjo en todos los grupos de edad monitoreados: los universitarios “disconformes de género” de 18 años pasaron del 1,1% en 2020 al 0,7% en 2021, y lo mismo el resto: los de 19 años, de 1,8% al 0,7%; los de 20, de casi 1,4% a casi 1%, y los de 21 años, de 1,8% a casi 1%.
Si se observa que los de menor edad son quienes menos “disconformidad” manifiestan a los encuestadores, ello sugiere que la teoría de que se puede estar “habitando en el cuerpo equivocado” va perdiendo agarre. Quizás, como señala Kaufmann, “la identidad no binaria, y tal vez el transgenerismo, han alcanzado su punto máximo y están disminuyendo”.
¿A qué puede deberse? “No sé realmente por qué se ha llegado a un pico –responde a Aceprensa–. Ciertamente ha habido más prensa negativa en torno a los bloqueadores de la pubertad, a la cirugía de género, a la participación de las mujeres trans en los deportes femeninos, etc. En el Reino Unido, más feministas se han opuesto a todo esto; personalidades como [la escritora] J. K. Rowling y [la filósofa] Kathleen Stock, que tienen mucho apoyo en la prensa. Puede que ello haya hecho moverse la aguja, pero no tengo pruebas para demostrarlo”.
El investigador sí percibe, no obstante, un retroceso para la agenda que propala la “fluidez” del género en dependencia de la autopercepción personal. “En el Reino Unido, el tema está apareciendo en los medios y el gobierno ha dado un giro de 180 grados respecto a la autoidentificación de género. De hecho, miembros del gobierno han cortado relaciones con [la organización LGTB] Stonewall. En EE.UU. esto es cuestión de partido, pero también se lleva entre los liberales no ‘políticamente correctos’, como [los actores] Bill Maher, Dave Chappelle y Ricky Gervais”.
Más al norte, en Canadá, algunos sondeos, como el propio Censo, recogen que la identidad “no binaria-trans” agrupa al 0,85% de los jóvenes de 20 a 24 años, pero en los de 15 a 19 años se ubica en el 0,73%. Según nos dice Kaufmann, “que en Canadá, donde no existe un rechazo organizado al activismo trans, los jóvenes de 15 a 19 años sean menos trans que los de 20 a 24 años, sugiere que esa tendencia puede haber perdido empuje por razones inherentes a la narrativa de las redes sociales y de los influencers de la cultura pop, que previamente la habían impulsado”.
El mayor escándalo médico de la historia moderna
Pero el hartazgo ante los dogmas del “género fluido” se está haciendo saber no solo mediante el silencioso declive de las cifras de personas gender non-conforming. Otras que en el pasado se sometieron a la “transición” al sexo opuesto y hoy intentan revertirla, contribuyen a que se visibilicen los graves problemas que comporta la “resignación”.
“Creo que [el testimonio de] los detrans y, sobre todo, las demandas judiciales que tengan éxito, podrían hacer que cambien las cosas en los hospitales y en el sector médico frente a los activistas que afirman que cualquier cuestionamiento de lo que alguien quiere ser es transfobia”, comenta Kaufmann.
“La transición médica no cura nada; es una cirugía plástica, cosmética; una ilusión”
A Scott Newgent, que es hombre trans, mujer biológica que ha hecho la “transición” a varón y que se arrepiente de esa decisión, el contraactivismo de los detrans no le resulta convincente. “La detransición –nos dice– es una fantasía, y se está vendiendo de la misma manera que la transición. Tenemos dos bandos en la arena, y a la gente le importa un comino quién sale dañado de esto. Si una chica toma hormonas sintéticas durante 18 meses o más, nunca volverá a ser quien era”.
Newgent (antes Kellie King) se sometió a la “reasignación” a los 42 años. Actualmente tiene 48, tres hijos adolescentes, y lo que ha vivido le ha convencido de que la terapia afirmativa está diseñada para cualquier cosa menos para curar. Lo sabe luego de que las complicaciones del proceso derivaran en siete cirugías, un embolismo pulmonar, un ataque cardíaco, 17 meses de infección recurrente, la reconstrucción de un brazo, daños en un pulmón, el corazón, la vejiga, insomnio, alucinaciones, síndrome de estrés postraumático, un millón de dólares en gastos médicos, y la pérdida de su casa, su coche, su carrera, su matrimonio…
El estadounidense lamenta la escasez de estudios que describan las enormes consecuencias negativas de estas terapias en el largo plazo (el suicidio entre ellas), y coincide con Kaufmann en que la tendencia a percibirse “de otro género” se está revirtiendo. “Este es el escándalo médico más importante de la historia moderna; y no lo digo para molestar a nadie, sino porque es cierto. Apenas estamos empezando a ver la carnicería”.
“Escuche: esto no va a continuar así –nos dice–. No puede seguir, porque la transición médica no cura nada; es una cirugía plástica, cosmética; una ilusión, que si eres mayor de edad te dicen: ‘Ve a por ella’. Pero pronto se sabrá todo, cuando los trans como yo se levanten y digan ¡basta! Esto no salva ninguna vida”.