Malmö. Hace unas semanas tuvo lugar, en el centro de Estocolmo, un hecho que ha convulsionado a la sociedad sueca. La ha despertado, de una forma brutal, para descubrir la vida que llevan los jóvenes. Un grupo de chicos de 16 años (de la alta sociedad) mata a un compañero de la misma edad a patadas. Los motivos son aún desconocidos, pero los asistentes a la fiesta en la que se encontraban hablan de “envidia, comentarios tontos que se hacen cuando se está borracho”…
Las chicas comentan que se trata sobre todo de conseguir estatus. Desafiar a alguien es un modo de afirmarse y de llamar la atención. “Es la violencia lo que crea respeto, no la empatía”, dicen.
Algunos chicos explican que el motivo de una acción violenta es impresionar al líder del grupo. “Si eres respetado puedes hacer lo que quieras y no necesitas temer a nadie. Los líderes del grupo son quienes determinan quién puede pertenecer al grupo y quién no, qué se va a robar, o a quién se va atacar”.
Elise Claeson (autora del libro Mamma@home: ver Aceprensa 19/07) afirma que “el ánálisis de género” ha llegado al final del camino, y se ha equivocado al centrarse solo en la situación de las niñas y en la idea de que el sexo es una construcción social. Esto ha hecho que se dejara de lado la educación dirigida a los chicos. Es un error histórico y ahora comenzamos a pagar las consecuencias. Existe el riesgo de estar creando una “clase baja” de chicos.
Muchos han reaccionado: “La violencia debe frenarse”. Este sentimiento es compartido por más de 65.000 personas que en una semana se han hecho miembros de la web “Bevara oss från gatuvåldet” (Presérvanos de la violencia en las calles), iniciativa de uno de los participantes en la fiesta.
La violencia callejera entre los jóvenes se encuentra actualmente en el centro de la atención. Las estadísticas dicen que, sin llegar al homicidio, los malos tratos, la agresión y las burlas son cosas de cada día para un joven sueco.
Muchos piensan que aunque los que han matado al joven de 16 años sean menores de edad, hay que aplicar la ley en todo su rigor. Eso es justicia. Y nos preguntamos, ¿se castigará la rapidez con que se esparcieron por Internet los datos personales de los denunciados? Se publicaron fotos, nombre, datos personales etc., de tal forma que una de las familias ha debido esconderse.
Lo que está claro es que los adultos (familia, escuela, vecinos) tienen gran parte de la culpa, por abdicar de sus responsabilidades. Así lo hacen saber los mismos chicos que fueron entrevistados. Es dramático oír a uno de ellos decir que los mayores están ocupados en sus divorcios, en “salir con jovencitas”, en Facebook y en querer hacerse los jóvenes. Entonces, ¿qué modelos masculinos tenemos nosotros?
¿Dónde están los adultos?
Han llovido artículos en la prensa sobre el papel de los padres en el desarrollo de los jóvenes. No basta con que la madre esté unos minutos con los chicos en la mesa o en la cocina. Los chicos necesitan a su padre. Papás que muestren cómo se solucionan los conflictos sin violencia, que les den otras alternativas. Padres que son realmente hombres, amables, que están presentes.
La falta de modelos para los jóvenes es un argumento que aparece en los distintos blogs, entrevistas, artículos. Y se preguntan: ¿los mayores que también se emborrachan y terminan peleándose a la salida de un restaurante pueden ser modelo de alguien o de algo? ¿O esos padres que cuando están en casa golpean y deshacen la paz familiar, o esos otros aficionados violentos de los campos de fútbol?
La realidad es que el tiempo que los chicos pasan con los padres es mínimo: solo unos minutos durante las comidas y con la televisión puesta. Estadísticamente, el tiempo que los chicos pasan con los padres ha disminuido desde 1990 a 2001. Con los dos padres están 120 minutos, 80 minutos solo con la madre y 40 minutos solo con el padre.
Las estadísticas dicen que las denuncias de actos violentos han aumentado, lo que significa que se tolera menos la violencia. Jóvenes que matan a otros jóvenes no es lo común. En Suecia se dan dos casos por año. Sin embargo, la cantidad de jóvenes que beben y consumen drogas había aumentado en los últimos años, aunque en este momento la tendencia se ha frenado.
Tiempo para los hijos
Los comentarios de estos días reconocen que la crisis de valores empieza por los padres, con lo que no cabe esperar que los hijos estén mejor. Helen Jaktlun, subdirectora de la fundación “Padres y madres en las calles”, ha hecho un análisis basado en su experiencia, de lo que deben ser los padres.
Debemos vivir cerca de nuestros hijos, dice, para ver lo que hacen, y confirmarlos o reprochárselo. Los chicos quieren tenernos a su lado, desean unos padres que los comprendan, que los quieran, aun cuando ellos no lo merezcan. Se sabe que no siempre nos reciben bien, que a veces nos ven como gente de otro tiempo, pero nos echan en falta, necesitan alguien que se interese por ellos.
Y hay que saber poner límites, ser exigentes, ser claros en las condiciones. Lo necesitan, lo piden. Quieren que alguien les oriente sobre lo que está bien o mal. Quieren que los padres les dediquen tiempo, en cantidad y calidad.
En la sociedad sueca empieza a abrirse camino la idea de que son los mayores los que han decepcionado a los hijos. La falta de presencia de los padres en la vida de los jóvenes es el mayor error. No basta decir que los queremos si no estamos con ellos.
Debemos atrevernos a decir lo que está bien y lo que está mal. Que pegar está mal y que no se debe tolerar, y sobre todo hablar de las consecuencias. Hay que dar líneas claras de comportamiento, valores, normas. Al mismo tiempo hay que admitir que es difícil ser padre de jóvenes y por ello debemos ayudarnos entre nosotros, compartir experiencias y dificultades.
Es significativo que en todo este debate se haya apelado a la familia “normal”, de papá y mamá. Parece descubrirse de repente que los chicos necesitan a los dos. Y aún más llama la atención que los homosexuales no hayan dicho nada en contra.