Algunas ONG europeas atraviesan una etapa de crisis, en parte por problemas de organización. Además, se han planteado problemas éticos en Bruselas con la concesión de ayudas por la Comisión Europea, y en varios países se han difundido ampliamente sospechas fundadas de una administración cuando menos poco transparente en temas decisivos como la Cruz Roja o la lucha contra el cáncer.
La coyuntura acentúa el talón de Aquiles de estas organizaciones, señalado por una investigación de la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore, con datos obtenidos en veintidós países: la excesiva dependencia de las subvenciones públicas, que alcanzaba a mediados de los años noventa un 42% de los presupuestos de las diversas instituciones (ver servicio 179/98). Esa realidad venía a cuestionar la identidad de entidades autodefinidas como «no gubernamentales», pero que cumplen cada vez más funciones propias de las Administraciones públicas, de las que aparecen como longa manus autónoma.
A comienzos de febrero se ha hecho público en París, con motivo de un debate organizado en la Sorbona por el Comité Internacional de la Cruz Roja, un estudio sobre «El dinero y las organizaciones de solidaridad internacional». Este informe confirma que sigue creciendo el porcentaje de financiación pública en los presupuestos de las cien ONG francesas más importantes. Las tres cuartas partes provienen de organismos internacionales, sobre todo, de la Comisión de Bruselas (el 77% de los recursos públicos de las ONG en 1997), y en algún caso llegan al 90%. Lógicamente, disminuyen los recursos privados, que han descendido del 61% en 1995 al 59% en 1996 y al 56% en 1997.
Sólo escaparían a esta tendencia general, según Le Monde (4-II-99), las asociaciones -por lo general, más antiguas- que han nacido con una sólida inspiración religiosa o ideológica, y tienen una base social bien definida (como el Secours Catholique, análogo a Caritas de otros países), y ONG grandes que se esfuerzan en asegurar su red de donantes, como Médicos sin Fronteras o Médicos del Mundo.