Estados Unidos se replantea la promoción pública del sector
El regreso de la fiebre por el juego en EE.UU. se ha ido contagiando de Estado en Estado y entre los gobiernos locales, que obtienen sustanciosas recaudaciones a través de los impuestos. Pero el país ha empezado a replantearse si conviene que desde la esfera pública se fomente ese negocio, cuyas consecuencias sociales son discutidas. La iniciativa ciudadana ha llevado al Congreso una ley y pronto una comisión nacional podría estudiar los pros y los contras derivados del juego.
Desde 1990 la industria norteamericana del juego ha amasado un capital creciente y ha logrado reforzar su posición situando lobbies poderosos en la arena política. Del año 89 al 94 se han multiplicado las licencias de los gobiernos estatales para construir nuevos casinos en sus territorios. Actualmente, hay casinos en 27 de los 50 Estados. Y en estas instituciones los estadounidenses gastan el 85% del dinero que arriesgan en todo tipo de juegos. La suma ascendía, en 1994, a 482.000 millones de dólares.
La batalla de un pastor metodista
Pero el año pasado ningún Estado permitió edificar nuevos casinos. Ese repentino estancamiento se debe, en buena medida, a la campaña de oposición de Tom Grey, un reverendo metodista de 55 años que fue capitán de infantería en la guerra de Vietnam. Grey inició su cruzada particular en 1991 y ahora, con las elecciones norteamericanas a la vista, empieza a recoger su cosecha. Es un momento propicio para renovar su enfrentamiento al juego, pues sus demandas podrían formar parte del argumento moral que suelen incluir en sus programas los candidatos a la presidencia. Así que este mes empezará a funcionar en Washington su lobby contra el juego, la National Coalition Against Legalized Gambling.
Hasta ahora el pastor metodista no había tenido despacho, salario ni personal fijo con que acosar a la industria de las apuestas. Pero, gracias a las ayudas de gente que comparte sus ideas, ha logrado más victorias que derrotas. Hurgando en la Biblia, dice que es David contra Goliat, contra los poderosos lobbies del juego, que invierten sumas millonarias para implantar sus negocios.
Grey y sus aliados han logrado sus propósitos en una veintena de ocasiones, bien sea en referendos, tribunales o parlamentos de Estados como Florida, Dakota del Sur, Nuevo México o Pennsylvania. En Florida venció al lobby pro-juego, que había gastado 16,5 millones de dólares en la campaña previa al referéndum del juego. En Nuevo México emprendió diversos pleitos que han concluido con el cierre de casinos pertenecientes a diez tribus indias.
Lógicamente, Grey se ha ganado fama entre sus adversarios de fanático moralista. Pero piensa que la contraofensiva a la promoción del juego no es una cruzada moral, sino el resurgir ciudadano contra ciertos políticos que se han aliado con la «rapaz y codiciosa» industria del juego.
La acción de los «lobbies» del juego
Hace apenas dos meses, un periodista del New York Times titulaba así uno de sus análisis: «Estados Unidos empieza a cuestionar la ola del juego». No mencionaba explícitamente a Grey. Pero destacaba que un movimiento contrario a la promoción estatal del juego había propuesto una ley para crear una comisión nacional con capacidad de evaluar el impacto social y económico de esta industria.
En respuesta, la American Gaming Association, un lobby pro-juego creado hace siete meses en Washington, está intentando detener el proyecto. Pero será difícil que lo logre -decía el columnista William Safire-, pues la mayoría de los líderes políticos, demócratas y republicanos, apoyan la creación de la comisión. Bill Clinton ha escrito que «demasiadas veces, los funcionarios públicos consideran el juego como una manera fácil y rápida de recaudar, sin estudiar los costes sociales, económicos y políticos que tiene». Y el senador republicano Bob Dole también se ha declarado favorable a la comisión.
A estas alturas, pocos políticos -y ningún partido- son independientes de la acción de los lobbies del juego. Ya han recibido de ellos mucho dinero. Entre enero de 1993 y octubre de 1995, el partido republicano recibió de estas industrias y de sus comités de acción política 2 millones de dólares, y los demócratas, 1,1 millones, señala un análisis de la revista US News & World Report (15-I-96). El republicano Dole consiguió 345.850 dólares una tarde del pasado junio, en una operación de captación de fondos organizada por Mirage Resorts, una de las mayores compañías de apuestas. Y sólo en el Estado de California, desde 1990 los lobbies del juego han invertido 10 millones de dólares.
El International Herald Tribune (19-XII-95) destacaba también el creciente empeño de esta industria en influir en las decisiones políticas y legislativas: «En el ciclo de las elecciones de 1993-94, los comités de acción política de la industria del juego han aportado a los candidatos al Congreso una cantidad de dinero tres veces superior a lo que aportaron en los dos años precedentes, según Cause y Center for Responsive Politics, dos organizaciones con sede en Washington que supervisan la financiación de las campañas políticas».
¿Beneficios económicos?
Si los cálculos de la industria del juego son ciertos, una amplia mayoría (89%) de los norteamericanos es favorable a los casinos, aunque el 33% asegura que personalmente no desea frecuentarlos. Quienes defienden este negocio afirman, entre otras cosas, que con él se recauda para los Estados y gobiernos locales unos 1.400 millones de dólares, y que, de no permitirse el juego, habría que aumentar los impuestos o recortar gastos del sector público. Como ejemplo sirve la ciudad de Joliet (Illinois), lugar rey de los «casinos flotantes». Un quinto del presupuesto ordinario de la ciudad se cubre con los impuestos de los casinos fluviales. Y esas embarcaciones se han convertido en los lugares que dan un mayor número de puestos de trabajo.
Nadie duda de que los casinos constituyen ya una parte importante de la economía norteamericana. Se calcula que la industria del juego da trabajo a más de un millón de personas y aporta a sus agentes beneficios netos de 39.000 millones de dólares (en 1994). Pero que el negocio beneficie a la economía a largo plazo no está demostrado, razón primera para que una comisión nacional bipartita tome cartas en el asunto.
Una investigación de la revista US News señala que la expansión económica de 55 condados que inauguraron casinos entre 1990 y 1992 no ha sido realmente significativa. El incremento de iniciativas empresariales fue del 4%, al igual que en el resto del país.
Lo que sí han logrado los casinos es trasladar el dinero y los empleos en torno al propio negocio del juego. Por ejemplo, se organizan nuevos restaurantes de comida barata para mantener a los jugadores cerca del lugar de las apuestas, mientras que los restaurantes alejados salen perdiendo. En general, el sector de restaurantes se ha resentido ligeramente, mientras que la tasa de creación de empleo han mejorado un poco.
Otro estudio de la Comisión fiscal y económica de Illinois concluía que «suele sobreestimarse la cantidad de turistas que atraerán las apuestas». La mayoría de los jugadores no son foráneos. El dinero cambia de bolsillo, pero no se atrae la inversión.
Apostar sin fin
Junto a la rentabilidad económica, la comisión nacional deberá evaluar los problemas sociales derivados del juego. Es cierto que sólo una minoría sufre problemas de ludopatía. Pero la socióloga Rachel Volberg, investigando las ludopatías, calculó que en 1989, en el Estado de Iowa un 1,7% de la población tenía afición compulsiva al juego. En 1995 -cuatro años después de la autorización de los casinos fluviales- encontró que la proporción se había más que triplicado (5,4%).
Aunque la minoría afectada sea pequeña, los efectos dañinos son graves. Otra investigación de la Universidad de Illinois, realizada entre miembros de la asociación de Jugadores Anónimos, resaltaba que el 26% reconocía haberse separado o divorciado a causa del juego; el 34% había abandonado o perdido su trabajo; el 44% había robado en el trabajo para pagar sus deudas; el 21% tenía expedientes por bancarrota; el 18% de ellos habían sido arrestados en alguna ocasión a causa del juego; un 66% había contemplado la posibilidad de suicidarse y el 16% lo había intentado.
Hoard Shaffer, psicólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad Harvard, critica la incoherencia de los Estados y ciudades que hacen publicidad indiscriminada del juego, algo que no se permitirían si se tratase de tabaco. En su opinión, los jugadores compulsivos llegan a una adicción que les impulsa a hacer apuestas cada vez mayores.
Por otra parte, los críticos del juego dicen que las apuestas, especialmente las loterías, se convierten en un impuesto regresivo sobre las personas con menos recursos. Pues, en terminos relativos, los más pobres gastan más dinero con la esperanza de superar su situación. Últimamente, algunos estudios señalan que los casinos empiezan a atraer también a los más pobres, que apuestan con el dinero de su pensión o subsidio.
Criminalidad y juego
Como argumento a su favor, los empresarios de casinos sostienen que la tasa de criminalidad de la ciudad donde se instala un casino desciende, puesto que en esa proporción ha de incluirse a la población turística. En algunos lugares se cumple ese descenso, pero en otros no. Y en el conjunto de las ciudades con casino la tasa de criminalidad ha aumentado un 5,8% en 1994, frente al descenso nacional del 2%. En los 31 lugares que abrieron nuevos casinos se registró el mayor aumento de criminalidad (7,7%) en el año anterior a la apertura. Y en esas mismas fechas, en las ciudades de tamaño similar sin casino el aumento de criminalidad registrado fue del 1%.
Es inevitable que el dinero fácil siga atrayendo a oportunistas y mafiosos. Pero la propiedad corporativa y el control legal riguroso ha puesto el negocio del juego cada vez más en manos de empresarios de profesión. Algunas organizaciones criminales intentan introducirse en lugares donde las regulaciones no son tan estrictas (muchas veces en las reservas indias) o a través de negocios auxiliares de los casinos, como el mantenimiento de las máquinas.
Es precisamente una pequeña tribu india, los Mashantucket Pequots, la dueña del casino mayor y más rentable de Occidente, Foxwoods Resort Casino, al sureste de Connecticut. La tribu tiene 350 miembros, pero el casino, que abrió en 1992, da empleo a 11.000 personas. El año pasado, la tribu aportó al Estado en impuestos más que ninguna otra compañía, 137 millones de dólares.
Ruletas en la redes de Internet
También en la telaraña de Internet se ofrecen hoy hasta 300 posibilidades para arriesgar dinero en apuestas de otros países, desde ruletas a carreras de caballos. Como en Estados Unidos está prohibida la promoción del juego fuera del propio Estado por vía telefónica, los jefes de los casinos on line han instalado sus compañías en países menos reglamentados, como algunas islas caribeñas, entre ellas Cuba.
Darrell Miers, uno de los pioneros de las apuestas on line asegura que Internet se ha convertido «en el lugar en que la gente que no tiene 500 millones de dólares para construir un casino puede competir con Las Vegas». Miers ha contactado con funcionarios de Canadá para desarrollar una versión electrónica de la lotería nacional.
De momento, es un problema que los niños adiestrados en Internet quieran apostar, pues todavía es relativamente fácil hacerse pasar por un adulto.
La fiebre del oroEn Gran Bretaña e Italia la lotería y el juego se han convertido también en motivo de polémicas, en parte por su novedad, en parte por la escasa regulación legal.
En el Reino Unido, la bonoloto es un juego tan nuevo como atractivo. Funciona sólo desde noviembre de 1994. Tal vez por su novedad, unos 30 millones de personas -tres de cada cuatro hogares- se gastan en él cada semana alrededor de 155 millones de libras, para satisfacción del Tesoro. En enero, después de dos semanas sin premio, el dinero acumulado tentó incluso a vecinos franceses y belgas, que atravesaron el Canal de la Mancha para participar en el sorteo. Al final, tres nuevos millonarios, con 42 millones de libras cada uno (unos 2.800 millones de pesetas).
En competencia con el tiempo atmosférico, la lotería se ha convertido en la nueva cháchara nacional. Las noches de los sábados, millones de telespectadores conectan con la BBC para saber la combinación de números premiada. Pero un juego seguido por tantos hasta ahora sólo ha tenido 132 acertantes. El reparto de tanto dinero entre tan pocos es una de las críticas que recibe la lotería: cada semana la probabilidad de ser premiado es una entre 14 millones.
Dónde va el dinero
El gobierno conservador apoya la lotería contra las críticas de otros sectores, especialmente asociaciones de jugadores adictos e Iglesias. Major y la organización que centraliza la lotería, Camelot, argumentan que con el dinero recaudado se subvencionan iniciativas sociales y culturales importantes.
EL 22% de los ingresos va al Tesoro y a gastos administrativos, el 50% del dinero apostado se destina a los premios y el 28% se reparte en cinco áreas: arte, deporte, organizaciones benéficas, patrimonio nacional y un fondo para la celebración del tercer milenio.
Como siempre, hay desacuerdo sobre los proyectos que merece la pena financiar con el dinero recaudado. Algunos dicen que dedicar al Palacio de la «pera de Londres 85 millones de libras es financiar aficiones de minorías ricas. Las asociaciones de defensa de los animales se sienten discriminadas por lo que reciben las charities que desarrollan proyectos con personas, y las propias organizaciones benéficas se quejan -también para recibir más- porque desde que se creó la bonoloto han mermado las ayudas directas de los particulares.
Tampoco las Iglesias están satisfechas, aunque el reparto de los beneficios de la lotería les permite recibir ayudas que dedican casi siempre a la restauración de los templos y a financiar instituciones benéficas dependientes de ellas. La Iglesia de Escocia ha sido la más reacia a la lotería y, además de criticar sus excesos, ha rechazado recibir dinero de esa procedencia. Las otras Iglesias han aceptado, de momento, recibir ayudas, si bien han señalado posibles «dilemas morales» al compartir esos fondos. El mes pasado el Fondo para el Patrimonio financiado con la lotería concedió subvenciones por valor superior a un millón de libras a 267 proyectos de las Iglesias anglicana, católica y reformada.
Las críticas de diversos representantes eclesiásticos se centran en que los premios son excesivos, y que el juego contribuye a crear un «mundo de fantasía» que no beneficia a la gente. Además, dicen que los premios desorbitados arrastran a personas sin recursos a gastar dinero que no les sobra. Para prevenir estos males, el Consejo de Iglesias de Gran Bretaña e Irlanda ha pedido que se introduzan cambios, como limitar la participación a los mayores de 18 años y que el premio máximo semanal sea un millón de libras.
Los casinos en Italia y Francia
También en Italia está planteado un debate por las propuestas de varios municipios -más de veinte- que aspiran a contar con un casino. Hoy día no existe una ley nacional que regule la apertura y la gestión de casas de juego. Las disposiciones vigentes permiten los juegos de azar sólo con carácter excepcional en los casinos ya autorizados. Fuera de los ya existentes, no se permite crear nuevos casinos.
El debate se ha reabierto porque diversos municipios, invocando la autonomía financiera, aspiran a abrir casas de juego con el propósito declarado de aumentar los ingresos de las arcas locales. Mientras se discutía el año pasado la ley del Presupuesto, la propuesta -luego retirada- de favorecer la apertura de casinos suscitó ásperas polémicas. Quienes critican a los municipios que se dejan arrastrar por la «fiebre del oro» advierten que, a pesar de los recursos económicos adicionales, los intereses públicos saldrán perjudicados por las consecuencias del juego. Y señalan que la promoción pública del juego contrasta con el principio constitucional que considera al trabajo la más alta expresión del compromiso social del ciudadano.
En Francia, donde sí hay una tradición de juego, los casinos van viento en popa. En la temporada 1994-1995, los ingresos de los 153 casinos aumentaron un 20,79% respecto al año anterior. Pero este crecimiento no significa que la ruleta y otros juegos de azar tradicionales estén en boga. Al contrario, están en baja. Lo que explica el auge del juego son las máquinas tragaperras, que han generado el 83% de los 6.000 millones de francos de ingresos brutos de los casinos. De esa recaudación, 2.000 millones se los lleva el Estado.
José María Garrido