La Asamblea nacional francesa aprobó la semana pasada por amplia mayoría -con la oposición de la izquierda- una versión de la ley Debré, que combate la inmigración ilegal. Ante el debate social que ha suscitado la ley, un informe del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) ha puesto de relieve la aportación de los inmigrantes a la población francesa. Según el INED, si Francia no hubiese tenido inmigrantes durante el último siglo, su población actual sería sólo 46 millones de habitantes, en lugar de 58,2 millones.
Como señala el informe, «más del 40% del crecimiento demográfico desde el final de la última guerra es directamente o indirectamente imputable a la inmigración». Después de 1945 había en Francia 3,7 millones de personas procedentes del extranjero, que llegaron a ser 7,1 millones en 1968, y 12,2 millones en la actualidad. En Francia -dice el informe-, «una persona de cada cuatro es inmigrante o de ascendencia extranjera con sólo remontarse a los padres y a los abuelos».
De África proceden el 44% de los inmigrantes actuales, si bien el número de visados concedidos a argelinos se ha reducido de 800.000 en 1989 a menos de 40.000 en 1996.
Según el informe, la integración en el país es bastante rápida: el 80% de las personas de origen extranjero son francesas. Respecto a la práctica religiosa de los inmigrantes, se observa que sólo el 29% de las personas de origen argelino practican el islam, frente al 36% de los turcos y el 40% de los marroquíes.
Aunque las cifras parecen altas, en Francia la inmigración legal está reduciéndose desde 1992. Eso confirman tanto el Insee (Instituto nacional de estadística y estudios económicos) como el Ministerio francés de Ordenación del Territorio. Si se suman todos los procedimientos de inmigración legal (trabajadores, refugiados y reagrupación de familias), resulta que en 1995 se establecieron en Francia 50.387 extranjeros, bastantes menos que en el trienio precedente: 64.100 inmigrantes en 1994; 94.152 en 1993; y 110.669 en 1992.
A partir de 1975, los poderes públicos han tratado de frenar el flujo migratorio directo, la contratación de trabajadores extranjeros. Pero esto se ha visto compensado por el nacimiento de la segunda generación de extranjeros instalados en Francia tras la guerra. Aunque la proporción de extranjeros en el conjunto de la población subió del 4,7% (1962) al 6,5% (1975), en las últimas dos décadas se ha mantenido estable, sin superar el actual 6,8%.
Un aspecto muy significativo es la parte de los extranjeros en la natalidad francesa. Los hijos nacidos de padres extranjeros han pasado del 7,5% del total de nacimientos en 1962 al 11% en 1995 (en números absolutos, 75.250). Dos de cada tres de los niños extranjeros son africanos o turcos. Si se agregan los hijos nacidos de parejas mixtas, la cifra alcanza el 16,9%.
La tasa de fecundidad -número medio de hijos por mujer en edad de procrear- es superior entre las extranjeras residentes en Francia (2,1) que entre las francesas (1,7). Pero esa fecundidad media de las extranjeras encubre situaciones muy diferentes, según que la madre sea turca (3,3), tunecina (3,1), marroquí (2,9), argelina (2,4) o asiática (2,9). Esas tasas van bajando, aunque los especialistas estiman que aún permanecerán por encima de la francesa durante uno o dos decenios. Sin embargo, en el caso de las mujeres procedentes del África negra, la tasa de fecundidad actual es 4,6 y apenas ha variado desde 1981, año en que era 5,1.