Europa necesita la aportación de los inmigrantes

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La actitud de la UE frente a la inmigración muestra una contradicción de fondo. De una parte, se siente amenazada por un flujo de entrada incontrolado y quiere cerrar el paso a los inmigrantes “sin papeles”, como se refleja en la directiva sobre el retorno recién aprobada. De otra, la inmigración es indispensable para evitar el descenso demográfico y la falta de mano de obra, consecuencia de la escasa natalidad y del envejecimiento de la población.

El demógrafo Nicholas Eberstadt, investigador del American Enterprise Institute, sostiene en un reciente estudio1 que “una importante reducción de la entrada neta de inmigrantes en el territorio europeo sería una grave insensatez económica, ya que la inmigración pospone el descenso de la población y ralentiza el ritmo de envejecimiento de la población de la región”.

Eberstadt hace notar las divergencias entre la evolución demográfica de EE.UU. y la de Europa, lo que se traducirá en su potencial económico. “En 2005, la población de Europa occidental superaba en casi 100 millones de personas a la de EE.UU.; en 2030, la diferencia se reducirá a 35 millones”. Mientras se espera que EE.UU. crezca en más de 65 millones, la población europea se mantendrá prácticamente estancada entre 2005 y 2030, con un crecimiento de menos del 1% en esos veinticinco años, y a continuación empezará a disminuir.

Por otro lado, la población europea será cada vez más “gris”. En 2030, habrá más estadounidenses que europeos occidentales menores de 30 años, y casi tantos en el grupo de 35-49 años. También en 2030 se prevé que un cuarto de la población de Europa occidental será mayor de 65 años.

Pérdida de población laboral

No menos notable, aduce Eberstadt, es la divergencia transatlántica en las tendencias de la población en edad laboral. La población europea de 15 a 64 años alcanzará su nivel máximo en 2010 y luego descenderá unos 20 millones hasta 2030. Estas previsiones coinciden sustancialmente con las del Libro Verde sobre la Población publicado por la Comisión Europea en 2005 (cfr. Aceprensa 116/05). En EE.UU., por el contrario, se prevé que ese grupo de población crezca regularmente, aumentando en más de 20 millones.

Además, dentro de la población laboral europea, el grupo de 30 a 45 años -el más productivo y mayor fuente de innovación- va camino de caer un 18% entre 2007 y 2030, de 89 millones a 73 millones, y en Alemania puede reducirse un 25%. En EE.UU. el porcentaje de ese grupo dentro de la población total también disminuirá, pero de modo mucho más modesto, mientras que en números absolutos seguirá creciendo.

En 2005, Europa occidental registró un poco más de once nacimientos por cada diez muertes. Y se acerca el momento trascendental en que las muertes superarán a los nacimientos, fecha que se sitúa entre 2009 y 2013, según las distintas previsiones. En 2030, en Europa habrá cuatro muertes por cada tres nacimientos; en EE.UU., por contraste, habrá tres nacidos por cada dos muertos.

Eberstadt dice que la perspectiva demográfica de Europa Occidental parece “decididamente sombría”, pero “no desesperada o desastrosa”. ¿Qué salidas tiene Europa para evitar el descenso de la población que iría acompañado del declive de su potencial económico?

La posibilidad de favorecer un aumento de la fecundidad con políticas natalistas le parece a Eberstadt muy limitada. En 2005 la tasa de fecundidad media era de 1,55 hijos por mujer, siendo la más alta la de Francia con 1,94. Y tampoco hay que olvidar que casi el 20% de los bebés de Francia nacen actualmente de madres inmigrantes. En España, según los datos que acaba de publicar el Instituto Nacional de Estadística, la tasa de fecundidad es de 1,38 hijos por mujer, y casi uno de cada cinco nacimientos (18,9%) corresponde a madre extranjera.

Los inmigrantes que se necesitan

¿Podrá remediarse el declive demográfico europeo con la inmigración? “El escenario de inmigración cero reduciría la población total en 2030 para la UE-15 en alrededor de 27 millones de personas; y la población en edad laboral tendría casi 20 millones de personas menos”, afirma Eberstadt. La ratio entre los mayores de 65 años y los activos de 20 a 64 años ascendería al 44%.

Según previsiones de la Oficina del Censo de EE.UU., para que las cifras totales de población de Europa occidental se mantengan en equilibrio en el curso de la próxima generación se necesitaría una entrada neta de 16 millones de inmigrantes en el periodo. El promedio neto de entradas, que en 2005 fue de 800.000 por año, se situaría en unas 750.000 hacia 2030. La inmigración serviría para retrasar el comienzo de un descenso de la población, pero, así y todo, en 2033 la población disminuiría a razón de medio millón por año.

Eberstadt advierte que la suposición de que los jóvenes inmigrantes alimentarán los motores económicos de Europa se basa en la premisa de que se integrarán con éxito en la sociedad y en la población activa del país de acogida; pero también pueden plantear cuestiones de cohesión social e incluso de seguridad interior. El bagaje educativo y emprendedor de los inmigrantes que entren en Europa en las próximas décadas tampoco es un parámetro demográfico fijo.

Del análisis de las tendencias demográficas europeas, Eberstadt concluye que “es extraordinariamente difícil alterar las perspectivas de fecundidad o inmigración en Europa occidental en un nivel apreciable” en el curso de la próxima generación.

En cambio, dice Eberstadt, Europa podría aprovechar una evidente ventaja demográfica, que es la mayor esperanza de vida y mejor estado de salud de su población de más edad, en lo que supera a EE.UU. Para aprovechar esta ventaja habría que trabajar más años y jubilarse más tarde. “Nunca en la historia han gozado los europeos de más edad de tanta salud, pero nunca, con toda probabilidad, han trabajado tan poco”, dice. Una mayor participación de los trabajadores mayores en la fuerza laboral es lo que puede marcar la diferencia entre el estancamiento prolongado o el progreso continuado. Pero esta es otra historia, que ya no depende de la inmigración.

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(1) “El próximo desafío demográfico de Europa: la rentabilidad de la salud”, traducido en Revista de Libros (mayo y junio 2008).

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