Las fronteras marcan la delimitación de los Estados. Si los soldados de un país tienen la osadía de cruzar las del vecino, se arriesgan a una respuesta militar inmediata. Pero, ¿qué hacer si la “tropa” la conforman civiles hambrientos y agotados, con niños en brazos?
El antiguo esquema del limes, el “de aquí no pasas”, se ha demostrado inservible para contener la actual oleada de refugiados de Siria. Antes, si un déspota consideraba que una marea humana le podía suponer una amenaza, la hacía retroceder a sangre y fuego. Ahora se vuelve inconcebible cargar con la bayoneta contra las multitudes que intentan traspasar los bordes fronterizos.
Los refugiados lo saben. Saben que en sus países de origen –en Siria, en Eritrea, en el Afganistán incompletamente “destalibanizado”– sí es perfectamente posible: de ahí que periódicamente nos impacta la imagen de un niño sirio rescatado de bajo los escombros de su casa luego de que un avión de Al Assad arrojara una bomba de barril sin importar sobre quién caiga. Los derechos humanos, forjados a partir de la conciencia judeocristiana de que hay una dignidad inviolable en cada persona, no tienen demasiado predicamento en otras regiones y culturas, y son vistos quizás como un invento occidental de posguerra, al cual hay que asentir a regañadientes con tal de tener un asiento en el concierto de las naciones.
Por eso los refugiados avanzan.
La mayoría de los refugiados no verán en el futuro a las sociedades europeas como una amenaza, pero tendremos a algunos jóvenes frustrados, con una identidad difusa, como los que hoy se pasan al EI
Junto al trigo, también cizaña
Tampoco se trata, por cierto, de una legión de ángeles. Los refugiados no son un colectivo homogéneo. Entre mucha gente de bien, trabajadora y deseosa de integrarse para dejar atrás la pesadilla del destrozo, habrá también presuntamente delincuentes comunes, antiguos esbirros, delatores… sin contar con la posibilidad, según alertó un ministro español días atrás, de que entre las multitudes se infiltren individuos vinculados al terrorismo yihadista.
La andanada de críticas que recibió por parte de quienes creen que to’ er mundo e’ güeno no merece demasiado comentario. Una información del Daily Mail apunta, por ejemplo, los múltiples casos de violación y abusos contra mujeres y niños que se han registrado en el campo de refugiados de Giessen (oeste de Alemania), y el terror de algunas víctimas a la posibilidad siquiera de denunciar a sus victimarios.
Otros despachos hablan además de cómo algunos refugiados traen consigo los reflejos de intolerancia religiosa propios del extremismo islámico. Joshua, un cristiano paquistaní, relataba al sitio británico Breitbart que los refugiados musulmanes, mayoría en su campamento en Alemania, lo llamaban “kufr”, algo así como “impío”, y le amenazaban. Un correligionario suyo tuvo que soportar que, durante el Ramadán, una refugiada islámica le despertara cuando aún era de noche para que comiera antes de que saliera el sol. Detalles “menores” si se quiere, en comparación con los violentos ataques ocurridos a finales de septiembre y documentados por The Telegraph, de musulmanes contra cristianos en el campo de Kassel-Calden, que terminó con 14 personas heridas. A la vista de este y de otros incidentes, varios estados federados están albergando a cristianos y musulmanes en sitios separados.
Pero tampoco hay que menospreciar los peligros que pueden derivarse mañana del atropello gratuito de hoy. La imagen de un refugiado con la cabeza sangrante tras recibir un bastonazo de la policía húngara, es preocupante. El hombre lleva a un chico en brazos, que llora mientras ve la frente tinta en sangre del que parece su padre. El niño escuchará año tras año el relato de “lo mal que nos trató Hungría”. Y la reacción puede no ser amable.
En Giessen, Alemania, se han reportado múltiples casos de violación y abusos contra mujeres y niños por parte de otros refugiados
Una pesadilla para los niños
Mientras las potencias discuten cómo remediar “en origen” el drama de los refugiados, los gobiernos europeos deberán gestionar del modo más positivo posible los destinos de estas personas.
No todas regresarán a Siria aunque se restablezca la paz, ni a Eritrea cuando llegue la democracia. Por ello, interesa que quienes se queden sientan como propios los valores democráticos y, en un momento no lejano, pasen de ser receptores de ayuda a contribuir al bien común.
Y están los niños. El doctor Jan Kizilhan, del Departamento de Salud Mental de la Universidad de Villingen-Schwenningen, ha trabajado directamente con los refugiados en Turquía, Siria, Iraq y Alemania. “Los chicos –narra a Aceprensa– se sienten aterrorizados, desprotegidos, preocupados por la extrema gravedad de lo que está ocurriendo y por los fallos de toda índole para protegerlos. Estas emociones estresantes van de la mano con reacciones físicas muy fuertes, como la aceleración del ritmo cardíaco, los temblores, la diarrea, y la sensación de que están viviendo como en un sueño. El haber sido testigos de la violencia, de lesiones graves y de muertes grotescas puede ser traumático. En situaciones así, se sienten en peligro, o lo ven sobre los otros, y se pueden infligir a sí mismos heridas muy serias”.
“Muchos niños han perdido a sus padres, bien físicamente o bien cuando estos han venido a Europa, y se sienten profundamente amenazados al verse separados de sus cuidadores. Los niños pequeños confían en un ‘escudo protector’, forjado por sus parientes adultos para evaluar la seriedad del peligro y asegurarles su seguridad y bienestar. Por eso, se perturban realmente cuando escuchan llorar de angustia a sus familiares. Una vez en Europa, necesitan inmediatamente de una ayuda psicosocial profesional”.
“No creo, por otra parte, que la mayoría de los refugiados verán en el futuro a las sociedades europeas como una amenaza, o que reaccionarán contra ellas. Por supuesto, tendremos a algunos jóvenes frustrados, con una identidad difusa, como los jóvenes europeos que hoy se pasan al EI y asesinan a la gente en Iraq y Siria, pero pienso que la mayor parte aprovechará su oportunidad de encontrar la paz aquí”.