La situación de las mujeres afganas en el país musulmán ha mejorado considerablemente en los últimos veinte años: han podido estudiar y trabajar, soñar con un prometedor futuro laboral. Ahora, con la conquista del poder por parte de los talibanes, este sueño se está cayendo a pedazos, envuelto en una angustiosa incertidumbre sobre lo que les deparará el futuro.
Salima, una mujer afgana, cuenta en un video de Deutsche Welle cómo los talibanes entraron en la mezquita del pueblo donde vivía y dijeron a los presentes que sus soldados tomarían a viudas y chicas jóvenes como esposas. De cada familia con tres hijas, dos serían desposadas con miembros del grupo talibán. Salima y su familia huyeron de noche, a las dos de la mañana, con un par de zapatos y la ropa imprescindible. Su casa fue quemada. “No tenemos nada”, dice. Ahora, casi todo el país está bajo el poder de los talibanes y poco se sabe sobre cómo evolucionará su posición con respecto a los derechos y las libertades de las mujeres.
La desolación femenina
Malala Yousafzai, premio Nobel de la Paz y activista, ha escrito un ensayo en el New York Times, expresando su temor por las mujeres afganas, por su seguridad y su educación. “Es inevitable pensar en mi infancia. Los talibanes tomaron mi ciudad natal en el valle Swat en Pakistán en 2007 y poco después prohibieron que las niñas recibieran educación. Cinco años después, cuando yo tenía 15, los talibanes intentaron matarme por alzar la voz sobre mi derecho a ir a la escuela”. La falta de claridad por parte de los talibanes, con un impreciso “vamos a permitir que las mujeres trabajen y estudien dentro de nuestras normas”, ha sumido a la población femenina en angustia. “Las niñas y mujeres jóvenes afganas están de nuevo en una situación en la que he estado: desesperadas por la idea de que otra vez no se les permita estar en un aula o sostener un libro”, escribe Malala.
Los relatos, que surgen como un goteo incesante, son desgarradores. “Quemé todos mis papeles y documentos universitarios. Quemé todas mis notas y certificados académicos. Desactivé mis cuentas de redes sociales. Me dijeron que era demasiado peligroso tener publicaciones ahí o simplemente estar en las redes sociales”, cuenta una estudiante de la minoría hazara a la BBC. Jóvenes graduadas que tienen que desprenderse de cualquier atisbo de educación superior. Madres, como Salima, temen por la seguridad de sus hijas, por matrimonios forzosos, y violaciones y analfabetismo. Ante este panorama desolador cabe preguntarse: ¿es inevitable el futuro que se les viene encima?
Contraste entre zona rural y urbana
La educación universitaria, el acceso a las redes sociales, una mejora en la libertad de movimiento de las mujeres –y el progreso en general– se ha concentrado principalmente en las grandes ciudades como Kabul, Kandahar o Herat, y no en las regiones rurales del país.
En las zonas rurales no había ninguna diferencia generacional de ideas entre madres e hijas, dice el coronel Juliá Lliteras
En conversación con Aceprensa, el militar español Miguel Juliá Lliteras destaca la importancia de distinguir entre las zonas rurales y las urbes al hablar sobre los derechos de la mujer en Afganistán. Juliá Lliteras, coronel de Infantería, estuvo desplegado con su unidad entre 2009 y 2010 en la provincia de Badghis, con base en la capital QalaiNaw. Su puesto táctico era el de jefe del Batallón de Maniobra, cuyo cometido principal era el de proporcionar seguridad a la provincia.
Según el coronel, en las zonas rurales no había ninguna diferencia generacional de ideas entre madres e hijas. “El mundo rural permanecía totalmente aferrado a su cultura y tradiciones, muy difícil de entender para nosotros. En mitad del desierto y en una zona totalmente remota no podían acceder al mundo exterior”. En QalaiNaw, sin embargo, “las mujeres pudieron conocer cómo era el mundo occidental. Tenían acceso a Internet, a la televisión y, lo que es más importante, a la educación, circunstancia que les produjo un cambio de mentalidad y una nueva percepción de sus derechos y libertades respecto a sus madres”.
Un futuro mejor
En 1999, 9.000 niñas estaban inscritas en la escuela primaria, y ni una sola en la secundaria. Desde entonces ha habido un importante aumento de presencia femenina en las aulas escolares hasta alcanzar su máximo en 2011, con un 65% de niñas escolarizadas, según el Banco Mundial. Aunque los datos de la escolarización infantil son difíciles de obtener debido a la naturaleza nómada de parte de la población, a partir de 2011 se ha percibido un descenso en la escolarización femenina: la cifra más reciente data de 2015 y estaba en 57%. Igualmente se estima que, en la actualidad, un tercio de los estudiantes universitarios son mujeres.
No solo en la escuela sino también en la política afgana se han visto avances favorables para la mujer: han participado en la vida pública y ocupado cargos políticos. En julio, 69 de los 249 diputados eran mujeres, un 27% que fue garantizado en la reforma de la Constitución afgana. Además, según datos del Banco Mundial, más de mil mujeres afganas habían emprendido sus propios negocios para 2019.
Pero, igualmente, la era postalibán no fue ideal. “La vida de las mujeres, aun con las mejoras que se lograron, era difícil”, dice Juliá Lliteras. “Tenían una gran dependencia del varón y, principalmente en las zonas rurales, era muy difícil o casi imposible acceder a la educación”. Una dependencia que ha disminuido en las ciudades pero que, con la entrada de los talibanes, se vuelve a tambalear.
Al considerar el futuro de las mujeres afganas, Juliá Lliteras no es optimista. “Un derecho básico es el acceso a la educación. Si durante nuestra permanencia ya se producían ataques a las escuelas femeninas, qué podemos esperar ahora de las nuevas autoridades. La enseñanza femenina está solo garantizada hasta los diez años. Posiblemente y debido a las presiones de las potencias regionales, Pakistán principalmente, y a la potencia mundial que es China, no se vuelva a la década de los noventa, pero seguramente será similar”.
La nueva ruta de intenciones no se ha hecho de esperar. El ministro interino de Educación Superior de los talibanes, Abdul Baqi Haqqani, anunció el 29 de agosto en la reunión de ancianos –conocida como loya jirga– que las mujeres podrían asistir a la universidad y cursar estudios conforme a la sharía, con aulas exclusivamente femeninas. Comunicó la intención de crear un currículo “que esté en línea con nuestros valores islámicos, nacionales e históricos y, por otro lado, poder competir con otros países”.
Los detalles sobre qué estudios consideran que están en línea con la sharía y en qué consiste ese currículo conforme al islam, siguen siendo una incógnita.
Muchos jóvenes afganos han crecido con Twitter, con películas, con Internet
Su esperanza: la juventud
Para uno de los países con la edad media más joven –en Afganistán es 18 años– y con casi dos tercios de la población por debajo de los 25 años, su esperanza reside precisamente en eso: su juventud. Para los jóvenes afganos –sobre todo, los que viven en ciudades– la invasión estadounidense de 2001 y el régimen de los talibanes que la precedieron no son recuerdos, sino historia. La suya es una generación que ha crecido con Twitter, con películas, con Internet. Han conocido Afganistán solo bajo la protección de las fuerzas internacionales. Ahora, se niegan a dejarse intimidar. El 17 de agosto, por ejemplo, varias mujeres afganas se manifestaron con pancartas frente al Palacio Presidencial en Kabul, exigiendo la protección de sus derechos.
Acostumbrados a crecer con derechos a los que los talibanes se han opuesto –la educación y la libertad de expresión–, los jóvenes que no han huido y que quieren resistir suponen una de las mayores amenazas internas para la agenda talibán. Pero, para conseguir su cometido, tendrán que permanecer en un país poco prometedor.
Juliá Lliteras concluye que “posiblemente, la gran mayoría de las personas que están tratando de salir de Afganistán sean las que tienen una mayor preparación o formación, lo que repercutirá en gran medida en el estancamiento de la situación, produciéndose un retroceso en todos los ámbitos. Si la situación política se prolonga, cada vez será más difícil regresar y trabajar por una modernización del país”.
Una potente campaña de relaciones públicas
La novedosa aparición de portavoces y líderes talibanes en la televisión y redes sociales ha supuesto una gran sorpresa en comparación con su acostumbrada naturaleza esquiva. Los talibanes han entendido que la mejor forma de garantizarse apoyos internacionales es dominar el discurso en la esfera pública. Los talibanes han ganado la batalla del relato destinado a su propia población y al extranjero, sobre todo a los países vecinos musulmanes.
Pero otro relato que están intentando ganar mediante sus apariencias públicas y un discurso aparentemente conciliador es el de mostrarse como un grupo reformado, una coalición política que no se parece a sus predecesores radicales. Un ejemplo: la aparición del líder talibán Mawlawi Abdulhaq Hemad en Tolo News, contestando a las preguntas de la presentadora Beheshta Arghand. Dos fenómenos que nadie esperaba: contestar preguntas en un plató de televisión y a una mujer. Según contó posteriormente a la BBC, Arghand no se acaba de creer el discurso de apoyo al trabajo femenino del que hacen bandera. Nota que el ambiente en su estudio y en Kabul ha cambiado.
Sus preocupaciones no son infundadas. Shabnam Dawran, presentadora en la cadena de televisión estatal RTA Pashto, contó a India Today cómo le fue denegado el acceso a su lugar de trabajo con la frase “las reglas ahora han cambiado y las mujeres ya no pueden trabajar en RTA”. Cuenta Dawran que esto, por ahora, solo está pasando en televisiones públicas, pero que las esperanzas que sintió con las declaraciones iniciales de los talibanes sobre el futuro laboral de las mujeres se han esfumado completamente. Otro incidente similar ocurrió a principios de julio en Azizi Bank en Kandahar, cuando los talibanes sacaron a todas las empleadas de la sucursal bancaria y ordenaron que fuesen sus parientes masculinos a sustituirlas en sus puestos.
¿Qué harán los talibanes cuando las cámaras se vayan?, se pregunta Sara Wahedi
Aunque el relato de grupo reconvertido tampoco está acabando de calar en la opinión pública internacional, este discurso conciliador ha logrado apaciguar intervenciones inmediatas.
Y es precisamente eso lo que más preocupa a las mujeres afganas.
En Twitter, estudiantes han relatado sucesos como la imposibilidad de acceder a la Universidad de Herat, solo permitida a profesores y estudiantes masculinos. “¿Qué pasará cuando los ojos del mundo ya no estén puestos en Afganistán? ¿Qué harán los talibanes cuando las cámaras se vayan?”, se pregunta Sara Wahedi, directora ejecutiva de la empresa tecnológica afgana Ehtesab.
Algunas activistas consideran que este es el momento idóneo para tantear hasta dónde se puede llegar con las demandas en derechos para la mujer: los talibanes dependen del reconocimiento internacional para las subvenciones. Así mismo, Evelyn Regner, presidenta de la Comisión de Derechos de la Mujer e Igualdad de Género del Parlamento Europeo, declaró que “todas las negociaciones futuras deben garantizar la seguridad y el bienestar de las mujeres y niñas afganas”.
Pero un dato macabro que muestra a la perfección el miedo y la realidad femenina es el precio de los burkas: ha llegado a quintuplicarse.
Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo