Cárcel de mujeres en EE.UU. (CC Officer Bimblebury)
Que una atleta pierda un certamen deportivo ante un hombre que dice sentirse mujer, viene siendo cada vez menos raro. La deportista derrotada recoge su equipo y se va a casa a rumiar su ira. Otras mujeres, sin embargo, no tienen casa a donde escapar: están en la cárcel, presas con una mujer trans. Es un caso más, después de los de baños y vestuarios, en que se discute la admisión de transexuales en espacios exclusivamente femeninos.
El internamiento de mujeres trans –biológicamente hombres– en estos penales se abre paso en algunos sitios. En California, por ejemplo, el gobernador demócrata Gavin Newsom firmó en 2020 una ley, la SB-132 (en vigor desde enero del pasado año) por la que se puede transferir a esas cárceles a hombres que afirmen que su identidad de género es la del otro sexo. Igualmente pueden ir allí si dicen ser “no binarios” o de “género fluido”. Un dato: la mayoría de los que se han acogido no han sido sometidos a cirugía genital, por lo que conservan intactos sus caracteres sexuales externos.
La ley californiana insta a las autoridades carcelarias a no pedirles a los reclusos demostración alguna de que pertenecen a un género concreto
La ley californiana estipula que el Departamento de Prisiones (DCR), a la hora de ubicar a los reclusos en el penal de su elección según “género”, no debe pedirles a los solicitantes demostración alguna de que pertenecen a dicho género, esto es, que se debe evitar tomar una decisión basada en “la anatomía, incluidos los genitales u otras características físicas”.
Además, el texto tira de números para subrayar la situación de vulnerabilidad en que se encuentran las mujeres trans en los establecimientos penitenciarios masculinos: señala que son 13 veces más víctimas de violencia que el resto de la población penal, y que los guardias de seguridad no están lo suficientemente entrenados para lidiar con esos episodios.
La norma abre, pues, las puertas de los centros femeninos a esos internos. Y son las reclusas las que terminan pagando los platos rotos.
Recluidas, y desprotegidas
La medida aprobada por Newsom ya da pie a historias. Como la de Krystal González, interna del Central California Women’s Facility, que fue agredida sexualmente por un hombre biológico con apariencia femenina, que llegó al penal tras la aprobación de la SB-132. La joven se quejó a las autoridades del centro y, además de denunciar a su agresor, pidió ser reubicada en una celda unipersonal, lejos del atacante. Los responsables de la prisión le restaron importancia al asunto: en su opinión, el incidente lo había protagonizado una mujer.
Pasa en California, donde ya está codificada en ley la posibilidad de los traslados a conveniencia (hasta julio de 2021, casi 300 hombres habían pedido ser recluidos en cárceles femeninas); pero no parece indispensable que un gobernador estampe su firma en un papel para juntar a mujeres y hombres tras las mismas rejas. En otros territorios, como Illinois, ya se registran casos así, pese a que estas transferencias no son ley.
A la cárcel de mujeres de Logan, en ese estado, han ido a parar individuos con extensos prontuarios criminales. Como Andre Patterson (ahora “Janiah Monroe”), que carga con condenas por delitos varios, incluido un asesinato. Según la periodista Diana Shaw, del sitio Women are Human, una de las reclusas con las que Monroe compartió celda denunció haber sido agredida sexualmente el primer día de convivencia. La dirección del centro, sin embargo, no le creyó y la obligó a retractarse.
Denuncias posteriores convencieron al DCR de llevarlo a una cárcel para hombres, pero la oficina del gobernador y un juez paralizaron la entrega. Hasta donde se sabía el 8 de enero, Monroe permanecía en una celda de aislamiento en Logan, donde cumplen sanción otros tres varones con apariencia femenina, condenados por ataques de gran violencia.
Al arbitrio de la dirección de la cárcel
Los internamientos de agresores sexuales en cárceles de mujeres se documentan también de este lado del océano. En el Reino Unido, desde 2017, no se precisa certificación médica alguna que valide la identidad de género manifestada por el recluso. Basta con su palabra.
Fue así que Stephen Wood, quien se hace llamar “Karen White” y que arrastraba un abultado expediente por pedofilia y agresiones sexuales, ingresó en septiembre de 2018 en la prisión femenina de HMP New Hall. Allí atacó a algunas internas, hasta que fue a parar a una cárcel masculina de máxima seguridad, con una cadena perpetua.
En julio de 2021, el Tribunal Supremo de ese país dio luz verde a la ley que permite encerrar a mujeres trans en cárceles femeninas. La norma había sido denunciada por una reclusa, víctima de una agresión sexual por un hombre biológico, en 2017, pero la máxima instancia judicial ha entendido que es un derecho de las mujeres trans, por lo que delega en las autoridades de cada prisión la responsabilidad de detectar aquellos casos en que la identidad de género es fingida, para que decidan si los envían a penales masculinos.
Un retroceso para la civilización
La práctica de elegir cárcel según el género sentido no está quedando, sin embargo, sin contestación. La organización Women’s Liberation Front (WoLF) está dando la batalla judicial desde noviembre contra la SB-132 de California, para que sea declarada inconstitucional.
Los argumentos de la asociación femenina –que en este caso representa a cuatro reclusas que han sufrido atropellos propiciados por esa ley– señalan que la norma quebranta el principio de neutralidad ideológica del Estado, al imponer un sistema de creencias arraigado en la idea anticientífica de que el sexo de la persona es subjetivo. También supone ejecutar castigos crueles e inusuales cuando las exponen al riesgo de sufrir violencia física y sexual, y, como derivación, a embarazos y enfermedades venéreas; y estarían ignorando la igual protección ante la ley, al conceder privilegios según la identidad de género (cuando se les permite a las mujeres trans elegir cama y compañera de celda) y privar a las mujeres de sus espacios seguros.
También hay movimiento en Washington D.C., a raíz de una revelación de The Federalist. El 5 de enero pasado, dicho medio publicó un memorándum filtrado del gobierno de Joe Biden, en el que se ordena al Fiscal General que identifique los cambios necesarios en el Manual de Delincuentes Transgénero con el objetivo de facultar al Buró de Prisiones para que destine a los reos a las instalaciones penales “de acuerdo con su identidad de género”.
“Permitir a los criminales masculinos el acceso a las reclusas es un signo definitivo de una recaída en el salvajismo”
Por ello, en prevención de que una ley como la de California se vuelva, por decisión de la Casa Blanca, norma nacional, el 12 de enero el senador republicano Tom Cotton presentó una propuesta de ley (la Preventing Violence Against Female Inmates Act) para que el Buró de Prisiones, que gestiona los penales federales, asigne a los convictos a establecimientos masculinos o femeninos únicamente sobre la base del sexo biológico. Asimismo, solo recibirían fondos federales para su sistema de prisiones aquellos estados que asumieran el mencionado criterio, no el de la identidad de género.
La preocupación es que se expanda una práctica lesiva para el bienestar de la mujer. Nathanael Blake, investigador del Ethics and Public Policy Center, advierte incluso de un retroceso de la civilización: “En gran medida, la civilización consiste –dice– en educar a los hombres para que traten a las mujeres como personas, no como presas de caza. Es una marca de civilización que incluso las mujeres que han perdido su libertad sigan siendo protegidas de la depredación sexual masculina”.
“Tales esfuerzos son siempre imperfectos, pero permitir deliberadamente a los criminales masculinos el acceso a las reclusas es un signo definitivo de una recaída en el salvajismo”, añade, y concluye: “Esta indiferencia hacia la vulnerabilidad femenina demuestra la crueldad de los ideólogos transgénero, demasiado embelesados con fantasías intelectuales como para preocuparse por el sufrimiento real que infligen”.
El argumento de Blake puede sonar quizás demasiado categórico para las sensibilidades actuales. Pero a Krystal y a muchas otras mujeres que ya tienen suficiente con estar encerradas y no deben sufrir un castigo añadido, les parecerá que se ha quedado muy por debajo.