La observación de los desastres de la guerra hace a algunos pacifistas. Pero la constatación de la impotencia ante la agresión injusta, puede hacer que otros comprendan la necesidad de la fuerza militar. Así les ha ocurrido a quince objetores de conciencia catalanes que han hecho la prestación civil sustitutoria del servicio militar en un campo de refugiados de Croacia. A la vuelta, el jefe del grupo declara: «No veo otra solución para la ex Yugoslavia, y concretamente para el actual conflicto de Bosnia-Herzegovina, que no sea la intervención militar extranjera para frenar el expansionismo serbio». Puede parecer el colmo de la contradicción para un objetor, pero quizá es sólo el descubrimiento de que la vida es compleja. Este realismo lo olvidaron algunos críticos apresurados del reciente Catecismo de la Iglesia Católica, que se rasgaron las vestiduras porque «a estas alturas» la Iglesia admitía aún la licitud de una guerra justa. En realidad, el Catecismo se limita a señalar las condiciones estrictas de una «legítima defensa mediante la fuerza militar». La guerra es siempre una locura. Pero, para defender la paz a estas alturas, a veces no habrá más remedio que responder con las armas al que desencadena la guerra. Y, también para defender a los objetores, hará falta que otros no lo sean.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.