Cherice es una veinteañera como cualquier otra. Graduada de la Universidad de Buffalo (Nueva York), le encanta viajar, comer, bailar… Pero un incidente le ha marcado la vida: una vez, con apenas 10 años, vio una imagen pornográfica. Esa vez se convirtió en varias, en muchas, y pasó de las fotos a las películas, en una dinámica que la empujó a aislarse de su entorno: tenía que ver porno al menos una o dos veces a día.
A Ryan, de 21 años, de Scottsdale (Arizona), la pornografía le impactó a la misma edad que a Cherice. Fue un flashazo en Internet, que se convirtió en un visionado cada vez más frecuente. Una foto llevó a otra, a otra más “y a un océano de sexo”.
Según cuenta, el nuevo hábito cambió su modo de pensar y de comportarse, así como …
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.
Un comentario
Me ha impresionado la dureza y la crueldad de la pornografia.