Foto: Families Talking Together
A nivel mundial, cada día un millón de personas se contagia de una enfermedad de transmisión sexual (ETS) curable. Según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ello representa 374 millones de nuevos casos cada año. La clamidiasis, la tricomoniasis, la gonorrea y la sífilis son, en ese orden, las causantes de que millones de personas queden expuestas a una o varias complicaciones de salud, que van desde la infertilidad hasta la insuficiencia cardiaca o el cáncer.
Solo en EE.UU., la incidencia de algunas de las infecciones mencionadas se disparó abruptamente entre 2014 y 2018: la sífilis aumentó un 71%, y la gonorrea, un 63%. Pero hay sectores más afectados que otros, y el peor es el de la juventud. El Plan Estratégico Nacional 2021-2025 contra esas enfermedades revela que las personas de entre 15 y 24 años representan la mitad de los nuevos infectados, si bien constituyen apenas la cuarta parte de la población sexualmente activa.
El documento del gobierno estadounidense recuerda algunas cosas interesantes que, puestas en boca de otras instancias, suscitarían sospechas de puritanismo. “La prevención primaria –dice– debe ser, en especial para los jóvenes, parte de una educación sexual abarcadora que incluya la abstinencia o la postergación del inicio de la actividad sexual para aquellos que no están sexualmente activos. Los Centros de Control de Enfermedades (CDC) sugieren, como la forma más confiable de evitar las ETS, abstenerse de tener relaciones sexuales”.
En el caso de los adolescentes, el informe aconseja entablar con ellos “un diálogo abierto y honesto sobre los beneficios de prorrogar el comienzo de la actividad sexual”, y subraya la importancia de que, además de lo que hagan la escuela y los pediatras, los padres deben “ayudar a niños y adolescentes a tomar decisiones informadas, positivas y seguras sobre relaciones saludables”.
“Los jóvenes que experimentan esa conexión en la escuela y en casa, tienen menor probabilidad de sufrir las consecuencias negativas relacionadas con los riesgos sexuales, el uso de sustancias nocivas, la violencia y [los problemas de] salud mental”, asegura el texto.
Las madres, mejor al tanto
Visto que en la foto de las ETS los adolescentes tardíos no quedan demasiado bien, las National Academies of Sciences, Engineering and Medicine (NASEM) de EE.UU. han publicado recientemente el informe “Infecciones de Transmisión Sexual: Adoptando un nuevo paradigma”, en el que, entre otros aspectos, subrayan la importancia de la mencionada implicación de los padres en la prevención de esas enfermedades.
Las NASEM mencionan, entre las iniciativas de interés, la denominada Families Talking Together (FTT), la cual establece un vínculo entre especialistas en salud sexual y prevención y los padres e hijos que acuden a la clínica del programa. A la conversación directa se le añade la entrega a los primeros de materiales formativos acerca de estrategias de comunicación y observación sobre la sexualidad de los menores.
Las chicas cuyas madres recibieron información sobre salud sexual tuvieron menos relaciones prematuras que aquellas cuyas madres no fueron implicadas
Guilamo-Ramos et al. (2011) validó este enfoque en un ensayo clínico efectuado entre 2003 y 2009 con 2.016 díadas de madre-hija en la ciudad de Nueva York. Con una parte de las parejas se siguió el programa FTT, y con otra, el MAD (Making a Difference!, o ¡Marcando la diferencia!). En el primero, se buscaba la implicación de las madres en la educación sexual de sus hijas; en el segundo, los contenidos de dicha educación sexual se les impartían únicamente a las adolescentes.
Al final del seguimiento, la proporción de chicas que tuvieron relaciones sexuales en ese período fue diferente en cada grupo: las del programa FTT manifestaron haber tenido relaciones en una frecuencia menor –tres puntos porcentuales menos– que las del MAD.
El informe de Guilamo-Ramos revela que las chicas cuyas madres recibieron formación al respecto en la escuela dijeron que aquellas les habían hablado acerca de no tener relaciones prematuras. Según se constató, lo hicieron en mayor proporción que las madres del programa MAD (79% vs. 68%). En consonancia con ello, se evidenció un nivel superior de comunicación madre-hija en el FTT y una disminución de aquellas acciones que las hubieran abocado a comportamientos de riesgo.
Conversar con los muchachos y con los mayores
Otra investigación de interés mencionada por el informe del NASEM es la de Prado et al. (2006), publicada por el Journal of Pediatric Psychology. El equipo se propuso examinar el efecto de la implicación de adolescentes y padres hispanos de Florida, EE.UU., en la adopción de un enfoque preventivo frente al VIH y las conductas sexuales de riesgo.
La muestra fue pequeña: participaron 91 estudiantes y un progenitor por cada uno de ellos. Se les organizaron varias actividades según el modelo de Familias Unidas y el PATH –diseñado específicamente para animar a padres e hijos a conversar sobre sexualidad y a modificar las actitudes y creencias de los menores sobre el tema–. Hubo 15 sesiones, impartidas por expertos en prevención de ETS, para padres; cuatro debates entre padres e hijos, ocho visitas a las familias y cuatro sesiones de refuerzo de los contenidos del programa.
El ensayo puso especial énfasis en que el facilitador “conectara” con los padres, de modo que los animara a participar de toda la intervención. Asimismo, se exhortó a los expertos a cargo a no asumir un papel predominante en esos encuentros, copando todo el tiempo de conversación o mencionando temas no relacionados con el problema puntual que le presentara un padre. Hacerlo podía incidir en que este se “descolgara” de la intervención.
Por fortuna, de los 91 progenitores muestreados, 82 (el 90%) se clasificaron como “implicados” en la iniciativa, dada su participación regular (asistieron a un total de 18,5 sesiones en promedio). No todos, sin embargo, lo hicieron con la misma frecuencia, por lo que se pudo concluir que aquellos adolescentes cuyos padres asistieron a más sesiones fueron los que mostraron una disminución de las conductas sexuales más proclives a propiciar un contagio por VIH.
“Estos resultados sugieren que la calidad general de la relación entre el facilitador y los padres es de vital importancia. Además, demuestran la importancia de la retención de los padres [en el programa] para la reducción del riesgo de VIH en los adolescentes”. El estudio concluye que “los enfoques centrados en los padres pueden ser muy prometedores para prevenir el VIH en un segmento de la población adolescente estadounidense que crece rápidamente (y que está en riesgo)”.
¿Evitar la “estigmatización”?El informe del NASEM ofrece algunas recomendaciones para implicar a los padres en la educación sexual de sus hijos adolescentes. Entre ellas destaca hacer de la salud sexual un tema de conversación rutinario en las familias, dar formación a los profesionales de la salud para que animen a los progenitores a no ser simples observadores de estos asuntos, configurar los programas de salud sexual de modo que logren una mayor inclusión de los hombres, y renunciar al paradigma de una prevención de las ETS centrada en los riesgos. “Se necesitan mensajes no estigmatizadores, mensajes positivos”, dice. Puede ser, sin embargo, que la cifra de contagios al alza (mencionada al principio) no case demasiado con las dos últimas sugerencias. |