La angustia resultante del prolongado confinamiento y las restricciones durante la pandemia ha derivado en un aumento de los casos de tendencia suicida entre adolescentes y jóvenes. La crisis no ha terminado, por lo que no todas las estadísticas en materia de salud mental son firmes. Pero varios especialistas, a partir de lo que han ido constatando, han llamado la atención sobre el tema.
“Preocupan mucho las conductas suicidas entre los más jóvenes en relación con la pandemia, en España y en todo el mundo”, decía recientemente a El País el comisionado de Salud Mental del gobierno valenciano, Rafael Tabarés, psiquiatra, quien estima que la falta de interacción ha sido perjudicial para los adolescentes. “Nos damos cuenta –añadía– de que el gregarismo, sobre todo en situaciones de emergencia, tiene un valor notable, y más para los jóvenes”.
También el Dr. José Luis Pedreira, responsable de psiquiatría infantil y adolescente en el hospital Quirón La Luz, de Madrid, ha percibido el incremento de las mencionadas actitudes. “Sí, han aumentado –comenta a Aceprensa–, si bien dar un número no tendría validez, pues no hay una perspectiva temporal, ni las cifras están evaluadas ni tamizadas. Pero como profesional he visto alteraciones de la conducta, referidas principalmente a malestares individuales, como deseos e ideas de muerte expresadas, lo cual no significa que hayan aumentado los suicidios”.
¿Cuál es el perfil de adolescente al que habría que estar más atento? Según dice, aquel que tiene dificultades para expresar sus emociones y que, por tanto, las actúa. También cabría prestar atención a situaciones de ansiedad difusa que no pueden controlarse de ninguna manera, a las reacciones emocionales impulsivas y a las alteraciones generales del humor (llantos, desapegos, soledad, actos inmotivados), que no llegan a tener un diagnóstico de depresión. “Porque es una suma –apunta–. La conducta suicida no es de causa-efecto, sino que la origina una interacción de varios factores”.
¿Qué ocurrió en otras crisis?
A nivel de población general, según una evaluación a priori sobre la incidencia del suicidio en varios países en este tiempo pandémico, parece estar prevaleciendo aquello de que “del dicho al hecho hay un buen trecho”: The Lancet ha examinado las estadísticas gubernamentales de 21 países, recogidas entre el 1 de enero y el 31 de julio de 2020, y ha hallado que la frecuencia de muertes por suicidio experimentó un descenso del 10%.
En los países europeos el descenso de los suicidios ya era tendencia entre los jóvenes. Dos fuentes de estadísticas, la OCDE y Eurostat, aportan datos: según la primera, esas muertes se redujeron en un tercio entre los adolescentes, en el período 2000-2017, mientras que la oficina europea amplía el horizonte de muestreados a todos los menores de 29 años, entre 2000 y 2016, y observa un notable decrecimiento en todas las franjas. En EE.UU., en cambio, la flecha ya venía apuntando hacia arriba: los CDC anotaban un incremento de las muertes autoinfligidas entre los jóvenes de 10 a 24 años, entre 2007 y 2018.
En Europa, el segmento más afectado por los suicidios tras la crisis financiera de 2008 fue el de los varones de 15 a 24 años
Ahora que hemos atravesado –atravesamos aún– una crisis grave, vale advertir que la idea de que estas conllevan forzosamente un aumento de los suicidios tiene un anclaje en la historia. Los CDC de EE.UU. cuentan con un estudio acerca del fenómeno: la tasa de muertes autoprovocadas creció con fuerza durante la Gran Depresión (1929-1933) y durante la crisis global del petróleo (1973-1975), y se atenuó en períodos de expansión económica, como el que se extendió de 1991 a 2001.
La investigación no llegó a la crisis de 2008, por lo que no aporta datos de ella. Sí lo hace un equipo de varias universidades del Reino Unido, Taiwán y Hong Kong, que revisó los números de 54 países –18 de América, 27 de Europa, ocho asiáticos y uno africano–, y detectó que en 2009 hubo un exceso de 4.884 suicidios por encima de la cifra esperable, resultante del cálculo de las tendencias entre 2000 y 2007.
Según los autores del análisis, el incremento se verificó principalmente en los países europeos y asiáticos. Y es en el Viejo Continente que, ante una situación parecida, parpadea la bombilla roja: los varones europeos de 15 a 24 años fueron el segmento más tocado por los suicidios. La crisis, que elevó drásticamente los niveles de paro general y juvenil (en España llegaron a ser el 26% y el 56%, respectivamente), parece haber sido el origen del alza de estas muertes, toda vez que la situación económico-laboral (su refuerzo o deterioro) incide forzosamente en el bienestar psicológico de la persona.
¿Es esperable entonces que se replique la tendencia?
Más apoyos que en 2008, pero…
Los sondeos en varios países dejan ver que, en temas de salud mental, la situación no está para tirar cohetes. Tampoco entre adolescentes y jóvenes. En EE.UU., una encuesta nacional a 977 padres arrojó que el 46% había atestiguado un empeoramiento de la salud mental de sus hijos desde el inicio de la pandemia. En el Reino Unido, otro tanto: un seguimiento realizado a 168 niños y adolescentes, entre abril y junio de 2020, concluyó que sus síntomas de depresión se habían incrementado a partir del confinamiento. Y en América Latina, UNICEF conversó con 8.444 chicos y chicas de 13 a 29 años en nueve países: el 27% dijo experimentar ansiedad, y el 15%, depresión. El deterioro de la situación económica fue la causa principal de este malestar en el 30% de los casos.
Durante la crisis causada por la pandemia, en los países ricos se han creado programas de auxilio económico que estarían ayundando a reducir el estrés de millones de personas
Por fortuna, muchos encontraron mecanismos de “descompresión” emocional. “Mi fórmula ha sido ayudar en un comedor comunitario para poder distraerme”, dijo Ignacio, argentino de 15 años. Rosa, guatemalteca, leía, escribía sobre lo que le hacía sentir mal, lloraba… Roberto, de Costa Rica, reconoció que carecía de medios para conservar su bienestar físico y emocional. “Por eso, yo no dudé en pedir ayuda”, confiesa.
A primera vista, salir de sí mismos ha funcionado para ellos y para muchos, dado el comportamiento de las estadísticas globales. Algunos expertos observan que en esta crisis ha habido factores preventivos importantes, como que la gente se ha mantenido en contacto frecuente durante los confinamientos. Ha habido además un mayor sentido de comunidad, reforzado por la convicción de que “¡de esto saldremos rápido!”, lo que ha evitado que se caiga en raptos de desesperación.
De igual modo –al menos en los países ricos– parecen haber tenido un peso los programas de auxilio económico, que habrían ayudado a reducir el estrés de millones de personas en paro o forzadas a despedir a otras. La preparación y la capacidad de respuesta de los profesionales sanitarios, la posibilidad de recibir atención de salud mental a través de la telemedicina, así como la labor de las líneas telefónicas de ayuda, también habrían dejado su impronta positiva.
Algunos expertos, sin embargo, prefieren tomar con pinzas los informes sobre el descenso de las muertes autoprovocadas. En EE.UU., por ejemplo, cayeron de 47.511 casos en 2019 a 44.834 en 2020, pero Colleen Creighton, CEO de la American Association of Suicidology, admite que hay lagunas:
“No sabemos si algunos suicidios han sido enmascarados por las muertes por covid-19 en 2020, lo que significa que algunas de esas 2.677 personas que habrían muerto por suicidio, murieron por covid o tenían covid al momento de su suicidio y fueron clasificados por los especialistas como fallecidos por coronavirus. Además, los fallecimientos por sobredosis de narcóticos también aumentaron en 2020, y a menudo es difícil distinguir algunas sobredosis de los suicidios, lo que otra vez enmascararía el número real”. Quizás, agrega, lo que hay es un incremento demorado, tal como se vio tras la crisis de 2008, y la ola golpeará en 2021 o 2022…
Puede que su pronóstico quede en vapor de agua, lo mismo en EE.UU. que en el resto de los países. Puede que se cumpla. En todo caso será de ver si, en cuanto tengan a la mano los datos ya bien curados por el tiempo, los gobiernos se deciden a prestar a la salud mental la atención y el respaldo material que necesita.
Atender el sufrimiento mental de los menoresEn su investigación “Salud mental y Covid-19 en infancia y adolescencia: Visión desde la psicopatología y la salud pública”, el Dr. Pedreira señala que el confinamiento, el aislamiento social y el haber padecido el covid o haber visto a un ser querido caer enfermo o morir, ha dejado huellas en la salud mental de los más jóvenes, que se traducen en reacciones impulsivas y desmesuradas, en miedos obsesivos, en indolencia, en baja capacidad de frustración… Pasado lo peor de la pandemia, ¿se vuelve automáticamente al equilibrio anterior y se borran esas huellas? “No desaparecen. Desaparece la depresión aguda, pero quedan recuerdos, temores imprecisos… En los casos más vulnerables y sensibles pueden darse situaciones que recuerdan el síndrome de estrés postraumático, pero que no llegan a eso, si bien no tiene que ser muy vulnerable la persona ni experimentar muchas carencias afectivas y de apego para que aparezca este síndrome”. Según explica, es fundamental incrementar la sensibilidad de las autoridades hacia la reactividad emocional en la infancia y en la adolescencia; a su posibilidad de sufrimiento mental. “No vale de nada negarla por no tener recursos, porque va a seguir existiendo. Es necesario, es imperativo que pongan medios para atenderla”. |