Para (inútil) consuelo de los países latinos, con fama de tener conciencia laxa cuando se trata de pagar impuestos, también en Alemania abunda el fraude fiscal. Según los cálculos más aceptados, en Alemania del Oeste se produjeron y no se declararon en 1991 bienes por valor de 387.000 millones de marcos, lo que supuso una pérdida de unos 130.000 millones en impuestos no ingresados. Si se agrega las contribuciones no aportadas a la Seguridad Social, el fraude al Estado alcanza unos 300.000 millones de marcos.
El Fisco alemán observa con preocupación el desarrollo de una espiral maligna: para compensar el fraude se necesitan más impuestos, y el incremento de la carga impositiva incita a defraudar. El proceso se acelera en estos tiempos en que el país tiene que pagar la factura de la reunificación. Sin embargo, para tapar el déficit presupuestario alemán bastaría con recaudar una tercera parte del dinero que se defrauda a la Hacienda y a la Seguridad Social.
Pero no es fácil cazar a los defraudadores. Los inspectores fiscales no dan abasto: en 1991 se iniciaron en Alemania occidental 330.000 procedimientos por empleo clandestino, de los que 207.000 acabaron en denuncias. Con pobres resultados: las multas impuestas alcanzaron solamente 40 millones de marcos.
Parte del problema es la misma complejidad de la legislación fiscal. Si los contribuyentes no quieren gastar mucho tiempo haciendo sus declaraciones, se ven obligados a contratar expertos asesores. Lo que a su vez explica, en parte, que en la administración de Hacienda haya un 25% de plazas sin cubrir, ya que muchos funcionarios se pasan al sector privado, donde pueden obtener como asesores fiscales sueldos muy superiores.
El fraude fiscal y el trabajo clandestino se concentran sobre todo en los sectores de la construcción, la hostelería, la venta ambulante y la limpieza, donde muchos negocios se realizan con dinero al contado. Los empresarios tramposos obtienen aquí una importante ventaja competitiva, que hace cada vez más difícil prosperar en los negocios sin engañar al Fisco. Un constructor berlinés -naturalmente, no identificado- dice al Rheinischer Merkur: «Antes de emplear polacos y checos baratos no conseguía ningún encargo».
Por otro lado, la entrada en vigor el 1 de enero de un nuevo impuesto del 30% sobre los rendimientos del capital, ha puesto de moda el «turismo bancario» para despistar al Fisco. Se trata de colocar dinero en fondos de renta fija radicados en el extranjero, especialmente en Luxemburgo, donde los bancos ofrecen un interés ligeramente más alto y sobre todo discreción. Las transferencias son legales, en virtud de la libre circulación de capitales. Lo ilegal es la no declaración de la renta, lo cual ya no es competencia de los bancos. Aunque el impuesto no afecta a todos los ahorradores, sino a los que ganan más de 6.000 marcos anuales por intereses.
A lo largo del año pasado, en previsión del nuevo impuesto, los alemanes depositaron en Luxemburgo más de 30.000 millones de marcos. En realidad, el fenómeno no refleja propiamente una fuga definitiva de capitales ni una pérdida de confianza en la moneda alemana. En muchos casos, el dinero se deposita en las filiales luxemburguesas de los bancos alemanes y una cantidad considerable vuelve a los mercados financieros del país de origen, ya que los ahorradores alemanes prefieren hacer inversiones en su propia moneda. Pero también prefieren que el Fisco no lo sepa.