CentroCentro, en el Palacio Cibeles (Madrid), abre la temporada de otoño con una exposición que será una de las más demandadas por el público y que permanecerá abierta hasta el 25 de febrero de 2024. La muestra llega ahora a España tras su paso por Roma y Milán.
La propuesta del Musée Marmottan Monet de París, en colaboración con Arthemisia, se vertebra en dos ejes argumentales. Por un lado, recorre la trayectoria artística de Monet y por otro, desvela el legado íntimo del pintor, constituido por aquellas obras casi desconocidas que conservaba en su casa de Giverny y de las que nunca quiso desprenderse.
Se exhiben más de cincuenta obras de Monet, además de algunas de otros artistas como Eugène Boudin y Johan Barthold Jongkind (los que iniciaron al pintor en la práctica del plein air), Delacroix (cuya forma de entender el color fue toda una revelación para el pintor), Renoir (uno de sus mejores amigos, y el que más veces lo retrató) y Rodin (llevó la técnica abocetada de los impresionistas a la escultura).
El Musée Marmottan abrió sus puertas en 1940, en un palacete parisino del siglo XVI. Estamos hablando de una institución que tiene a gala poseer el mayor fondo mundial de obras del artista gracias a la donación realizada en el año 1966 por Michel Monet, hijo del pintor y único heredero.
La puesta en escena arranca con un impacto sensorial que reproduce a gran escala un jardín donde la vegetación invade el espacio y se oye hasta el canto de los pájaros. Un comienzo que apuesta por la naturaleza como leitmotiv y eje fundamental de su pintura.
Monet y el impresionismo
Nacido en París en el año 1840, Claude Monet está considerado como el “padre de los impresionistas”. Su famoso cuadro del puerto de Le Havre, Impression, soleil levant, es una obra pintada en 1872 que fue despreciada por la crítica y que, sin embargo, terminaría dando nombre al nuevo movimiento.
El artista vivió toda su vida obsesionado por atrapar la luz: por ello pintaba directamente del natural, se dejaba seducir por ese aspecto diferente que la naturaleza experimenta según el momento del día y la época del año. Esta atención a la realidad cambiante, donde cada instante es diferente del anterior, aportó una importante novedad pictórica: la introducción de un tiempo real en el cuadro. Hasta entonces la moda, el mobiliario, los objetos de uso, el marco arquitectónico o la naturaleza eran las realidades que etiquetaban el tiempo histórico, pero eran sólo un envoltorio aparente, ya que en verdad la escena quedaba sumida en un mutismo atemporal.
Pero ¿qué hallazgos permitieron avanzar en los nuevos postulados del arte que ahora se proponían? Aunque parezca insignificante, la invención de los tubos de óleo a finales del siglo XIX posibilitó que los artistas pintaran directamente del natural. Esto, junto a la aparición de la fotografía en 1819 y su uso generalizado a mediados de siglo, marcó un hito en el sentir de los artistas: el papel testimonial de la pintura fue usurpado por la fotografía y los pintores se reinventan haciendo hincapié en los elementos puramente artísticos. Los acontecimientos importantes fueron archivados en la memoria colectiva a través de la fotografía y el tema pictórico dejó de interesar.
En Monet, la luz y el aspecto cambiante de la realidad evocaban una metamorfosis que en el fondo respondía al afán investigador del artista. Por ello, un campo de experimentación fue trabajar en serie. Hacía diferentes versiones de un mismo tema, como la que dedicó al Parlamento de Londres. A Monet no le interesaba la representación arquitectónica: trató de expresar cómo la apariencia del edificio cambiaba a diferentes horas del día y según el ritmo de las estaciones; no repetía el mismo cuadro, lograba que cada “repetición” fuera una nueva obra.
Hablar de impresionismo es hablar de colores y de cómo interaccionan entre sí. Se pusieron de moda las teorías del físico Michel Eugène Chevreul, que elaboró unos patrones de comportamiento basados en el círculo cromático, compuesto por los colores primarios –rojo, amarillo y azul– y los secundarios –obtenidos al mezclar dos primarios–. Los artistas trabajaban teniendo en cuenta una serie de “leyes” como si fueran las recetas de un viejo alquimista: el negro fue desterrado de la paleta pictórica, los colores deberían ser puros y saturados, la sombra se elaboraba con colores oscuros y los matices se obtenían a través de los adyacentes…
Para Monet, no sólo fue importante el uso del color; también prestó atención a la manera de darlo a base de pinceladas rápidas y abocetadas cuyo resultado final era una pintura deshecha que se desmaterializaba en la distancia corta y necesitaba de un espacio intermedio para hacer la denominada “mezcla óptica”…
Las ciudades de su vida
La exposición plantea un recorrido que va desde los inicios de Monet en la costa de Normandía hasta los últimos años en su casa de Giverny. Un trayecto vital con estancias en otras ciudades que llamaron su atención.
En 1870 se casó con Camille, su primera mujer, y ese mismo año, con motivo del estallido de la guerra-franco prusiana, los dos se marcharon a Londres. La ciudad del Támesis fue muy querida para Monet, y a ella volvería en varias ocasiones. De Londres le gustaba especialmente la niebla, un fenómeno atmosférico que opaca los contornos y no deja ver con nitidez lo que hay detrás. También prestó atención al humo de las fábricas de esa primera época industrial. La niebla y el humo serán fenómenos que aunó en un todo y donde se aprecia la influencia del pintor romántico Willian Turner. Monet, además, descubrió la belleza del Támesis, un río que transformó en espejo, donde la ciudad coqueteaba evocando una imagen poética de luces y sombras.
En mayo de 1871 terminó la guerra. Era el momento de regresar a Francia, esta vez haciendo escala en Holanda. El artista gozó mucho pintando los campos holandeses con los molinos en el horizonte y los coloridos tulipanes que convirtió en un canto alegre de felicidad y vida…
Noruega fue otro de los países que visitó el artista. Allí prestó atención a la nieve: aunque de apariencia blanca, estaba llena de matices grises, marrones, amarillos, rosas… El agua fue también otro elemento que le sedujo por la capacidad de mutación que ofrecía en las heladas del invierno y el deshielo en primavera. Además de estos fenómenos naturales, Monet se sintió atraído por la arquitectura colorista de los pueblecitos noruegos.
El Jardín de Giverny
En 1883 el pintor se instaló en Giverny, donde permaneció hasta su muerte en 1926. Su situación económica comenzó a mejorar, y en 1890 compró aquella casa que tanto amó y cuyo jardín fue un paraíso diseñado por él. “Yo soy bueno en dos cosas: la jardinería y la pintura”, comentaba. Durante cuarenta y tres años vivió en esta casa rodeado de glicinias, iris, agapantos y sobre todo nenúfares, el tema predilecto de su jardín acuático. Era tan fuerte su amor a la naturaleza que le llevó a prescindir de la figura humana: sólo el jardín fue entonces el asunto de su pintura.
Fue también entonces cuando incorporó el gran formato a sus cuadros. Realizó 124 grandes paneles del jardín acuático y de estos hizo una selección que donó al Estado y que hoy se puede visitar en el Museo de la Orangerie, en París. Son pinturas monumentales realizadas en el estudio, en las que a través del “fragmento” sugiere el todo, la inmensidad; no hay perspectiva, ni referencias espaciales, ni principio ni fin. Tienen la cualidad de sumergir al espectador en una extensión de agua convertida en espejo.
Del impresionismo a la abstracción
Ya instalado en Giverny, en 1908 le diagnosticaron cataratas, enfermedad que le llevó a una progresiva ceguera. Su visión comenzó a distorsionar la percepción de los colores y su paleta se redujo a los marrones, rojos y amarillos. Al mismo tiempo, su pintura se hizo más gestual, los colores, más densos, y la forma se diluye tanto que apenas se adivina el motivo representado… Estamos hablando de unas alteraciones tan llamativas que podemos afirmar que el pintor impresionista se ha vuelto abstracto. Por este motivo, Monet fue un referente de los pintores abstractos americanos de mediados del siglo XX. Estos artistas evidenciaron el componente emocional de la pintura que también estuvo presente en las obras de Monet. Los sauces llorones con su tronco solitario y esas hojas caídas que pesan nos evocan la imagen del artista sumido en la soledad y la nostalgia.
El cáncer le arrebató a Alice en 1911, su segunda mujer, y su hijo Jean murió en la Primera Guerra Mundial. Fueron momentos tan duros que durante dos años dejó de pintar y su desesperación le llevó incluso a romper algunas obras.
Para entender a este artista de la luz y de la vida moderna tan solo tenemos que acercarnos a su obra con la sencillez que él proponía: “Todo el mundo discute mi arte y pretende comprender, como si fuera necesario, cuando simplemente es amor”.
Un comentario
WOW! Qué artículo tan maravilloso. Una obra de arte, felicidades!