El cine, sobre todo el norteamericano, gusta de narrar los entresijos del poder desde sus “centros de operaciones”. Los amantes del cine probablemente conozcan todos los rincones del Oval Office, pues en el despacho del Presidente de Estados Unidos, en el ala oeste de la Casa Blanca, se desarrollan no pocos filmes y series.
Una interesante visión ofrecen aquellas películas que narran, no desde el ángulo del Presidente, sino desde la perspectiva de personas de su entorno, por ejemplo Trece días (Roger Donaldson, 2000), que se centra en Kenneth O’Donnell, asesor político de John F. Kennedy. Entre este tipo de filmes destacan los que asumen el punto de vista del guardaespaldas de un político: la mezcla de cercanía personal y distancia institucional permiten una sugestiva mirada al poder. Buenos ejemplos son En el punto de mira (Pete Travis, 2008) y en particular En la línea de fuego (Wolfgang Petersen, 1993) con Clint Eastwood en el papel principal.
En este subgénero se enmarca ahora la serie de Netflix Bodyguard, cuyo protagonista es el guardaespaldas de la ministra del Interior del Reino Unido. La serie fue emitida primeramente por la BBC, entre finales de agosto y mediados de septiembre, y se convirtió, en su país, en la producción televisiva británica de mayor éxito de los últimos veinte años.
A diferencia de la mayoría de las series actuales, que se toman más o menos tiempo para introducir personajes y las diversas tramas argumentales, Bodyguard ofrece una elevada dosis de acción y tensión desde un principio: en los primeros 20 minutos, la serie narra cómo David Budd –un sargento de la policía, que viaja fuera de servicio y con sus dos pequeños hijos en un tren de cercanías rumbo a Londres– impide un atentado suicida. Tras esta acción, Budd, un veterano de Afganistán al que la cámara presenta desde un principio como especialmente atento a su entorno, es nombrado guardaespaldas de la ministra del Interior, Julia Montague.
Solo entonces el creador de la serie, Jed Mercurio, ofrece algunos detalles de los protagonistas para caracterizarlos: el veterano Budd regresó de Afganistán no solo con cicatrices, sino también con un trastorno por estrés postraumático que causó la separación de su esposa Vicky, aunque David no la reconoce como separación definitiva. La ministra Montague está empeñada en sacar adelante una nueva ley denominada “Regulation of Investigatory Powers Act (RIPA) 18” con el objetivo de recrudecer la vigilancia, a fin de hacer frente a la creciente amenaza de terrorismo. El proyecto no solo produce protestas airadas de la población, sino también resistencia contra esas reformas en el seno del propio partido. Bodyguard plantea un posible conflicto añadido, cuando David conoce que la ministra votó en el pasado a favor de la intervención militar británica en Afganistán, la misma que le dejó a él esas secuelas. Más radical se presenta al respecto un antiguo compañero de David en el ejército, que incluso amenaza con atentar contra los políticos que les embarcaron en esa operación.
Los directores Thomas Vincent y John Strickland no solo filman las escenas de acción de modo sobresaliente –alguna de ellas es realmente memorable–. En el plano sociológico, Bodyguard continúa e incluso acentúa aún más el multietnicismo y la equiparación entre los sexos que se aprecia en series como Designated Survivor, también de Netflix. Así, la ministra es el factor dominante, también en sus relaciones personales: ella es la que naturalmente decide a quién da calabazas y con quién inicia un affaire. En esto, los guionistas y directores no solo siguen un cliché, sino que dramatúrgicamente lo emplean para plantear la cuestión de si de ese modo está manipulando al otro solo para sus fines personales o también para los políticos.
Bodyguard logra el difícil equilibrio –un equilibrio que crea un suspense creciente– entre la amenaza que surge de unos islamistas, que también caracteriza de modo diferenciado, y las luchas de poder en el seno de la política, igualmente encarnizadas. Si a esto se le añade la participación del crimen organizado, la imagen de la sociedad que ofrece muestra una amplia variedad de grises, más allá de sencillas divisiones en buenos y malos. La serie subraya asimismo las contradicciones de una política occidental que, con intenciones en ocasiones difíciles de adivinar, envía soldados a regiones en crisis de las que retornan traumatizados.
Pero la cuestión central que plantea Bodyguard, una serie compleja –por sus diferentes subtramas y conflictos– es la alternativa, muy actual, entre seguridad y libertad. La ley “RIPA 18” que promueve la ministra Julia Montague y que sus detractores tachan de “carta blanca para fisgones” (como se dijo de la ley real, aprobada en 2016) promete una gestión más eficaz en la lucha contra el terrorismo; eso sí, al precio de limitar las libertades ciudadanas mediante una ampliación de la vigilancia.