El enfrentamiento entre Oriente y Occidente conocido como la Guerra Fría fue no solo político o armamentístico: por su carácter ideológico, se dio en otros muchos ámbitos, como la cultura o el deporte. Fueron los años en los que el mundo vio a los mejores atletas soviéticos, a los ajedrecistas más brillantes y a los bailarines más deslumbrantes. Los ballets rusos llenaban los mejores teatros de las capitales europeas y las giras eran también el momento de las deserciones de alto perfil que llenaban las primeras páginas de los periódicos.
La apasionada historia de amor entre Zula y Wiktor tiene ese telón de fondo. Wiktor es músico y debe formar un grupo de coros y danzas de folklore popular al servicio del comunismo. Entre los muchachos y muchachas que acuden a las pruebas de selección está Zula, una joven con talento musical y gran carácter.
Cold War es un romance con ecos de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) por su contexto, es un amor tan autodestructivo como el de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) o el de Malas tierras (Terrence Malick, 1973) y está tan bellamente contado como Deseando amar (Wong Kar-wai, 2000). La selecta banda sonora, parte esencial de esta cinta, combina las melodías tradicionales eslavas con los himnos soviéticos, las piezas clásicas y los acordes de jazz. Cold War recorre una época de la historia reciente, transportándonos a su atmosfera a través de la música y de la fotografía. Eso, más que el guion, han hecho de Pawlikowski el ganador de la Palma de Oro a la dirección en Cannes.
