Tras separarse de Suecia, en 1905 Noruega eligió como rey al danés Christian Frederik Carl Georg Valdemar Axel (1872-1957). Aunque era extranjero y nunca habló noruego, durante 52 años de reinado con el nombre de Haakon VII, supo ganarse el respeto y el aprecio de su nueva nación. Con casi 70 años, tuvo que afrontar el chantaje de la Alemania nazi para que las autoridades del país se plegaran a las condiciones que, en nombre de Hitler, proponía el embajador alemán en Oslo, tras la invasión de facto que se produjo en la madrugada del 9 de abril de 1940.
La película del noruego Poppe (director de la interesante, pero espesa y plomiza Mil veces buenas noches) cuenta los hechos con sobriedad y rigor, presentando el dilema de un monarca que sabe que se juega no solo la corona, sino el presente y el futuro de su país y la credibilidad de la monarquía constitucional.
Candidata al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, la cinta cuenta con un guion sustancioso, actores notables y una realización cuidada. La historia no es fácil de contar; quizás por ello, Poppe se ha ido a unos abrumadores 133 minutos que deberían ser 100. Es comprensible que lo que se podría haber contado en una miniserie de tres capítulos de 50 minutos encaje regular en una película larguísima. Queda el retrato inteligente y austero de algo tan sencillo y a la vez tan arduo como la fidelidad a la propia conciencia de un monarca íntegro y el ejercicio del poder como un servicio del que hay que dar cuenta. Asuntos de actualidad. El cine como cristal y espejo para mirar y mirarse.
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