Los caballos de Dios, nombre que la imaginería yihadista da a los kamikazes, a las bombas humanas, cuenta la historia de dos hermanos, Yachine y Hamid, en Sidi Moumen, un barrio de chabolas en las afueras de Casablanca. La historia comienza en 1994, cuando los chicos tienen 10 y 13 años, juegan al fútbol, y todavía tienen alguna ilusión. La cinta muestra un ambiente desolador de violencia, corrupción y familias desestructuradas. Años más tarde, Hamid ingresa en prisión y sale convertido en un islamista radical.
Los caballos de Dios comenzó siendo una novela de Mahi Binebine, escrita después de los atentados del 16 de mayo de 2003 en Casablanca. Binebine dijo que le sorprendió enterarse de que varios suicidas venían de Sidi Moumen, barrio que él conocía, y pretendía contar que un terrorista suicida no nace, sino que se fabrica.
La película de Nabil Ayouch, cineasta francés de origen marroquí, se sitúa en la línea de Paradise Now, sobre las últimas 24 horas de dos suicidas palestinos, una de las primeras cintas que trató con seriedad el terrorismo fundamentalista después del 11-S. La primera parte no convence –el enfrentamiento entre hermanos es esquemático–, pero seduce con sus panorámicas sobre Sidi Moumen y las gentes que lo pueblan. La segunda parte, casi documental clásico sobre el reclutamiento y preparación de los futuros “mártires”, es un mazazo que da mucho que pensar. En definitiva, una cinta interesante y brutal.
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