Correctamente narrada e interpretada, esta adaptación del segundo libro de la Biblia apabulla al espectador por la impactante puesta en escena del inglés Ridley Scott (Alien, Blade Runner, Gladiator), resuelta con una clásica planificación colosalista, un montaje trepidante y unos efectos visuales de última generación. Pero, como en El reino de los cielos y en Robin Hood –también de Scott–, al guion le falta hondura dramática, moral y religiosa, a pesar de su aparente fidelidad al texto bíblico. De modo que su despliegue formal casi nunca conmueve.
Pesan como losas el clamoroso descuido de numerosos personajes secundarios y, sobre todo, la escasa autenticidad de los diversos encuentros de Moisés con Dios. Este enfoque, más esotérico e inman…
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