El mundo ha cambiado mucho desde que hace diez años un grupo numerosos de simios genéticamente evolucionados se escaparan de un laboratorio de San Francisco. Mientras los monos, dirigidos por el inteligente y pacífico César, han establecido una pujante colonia en un bosque cercano, un devastador virus atribuido a ellos ha diezmado la humanidad y ha provocado cruentas guerras, de modo que en San Francisco solo sobreviven unos pocos miles de personas en condiciones penosas. Cierto día un grupo de humanos tiene un desafortunado encuentro casual con un grupo de simios; César intenta calmar a los simios, y Malcolm (Jason Clarke), a los humanos. Pero, dentro de cada comunidad, algunos alientan la desconfianza, y claman incluso por exterminar o al menos someter a la otra especie. La guerra parece inevitable.
El neoyorquino Matthew Reeves (Mi desconocido amigo, Monstruoso, Déjame entrar) lleva a buen puerto esta estupenda fábula, que da continuidad a uno de los éxitos sorpresa de hace tres años: El origen del planeta de los simios, de Ruppert Wyatt, notable precuela de la vieja saga de películas inspiradas en la novela del francés Pierre Boulle. Una serie muy popular, que inició en 1968 El planeta de los simios, de Franklin J. Schaffner, y siguió en Regreso al planeta de los simios (1970), Huida del planeta de los simios (1971), La rebelión de los simios (1972), La conquista del planeta de los simios (1973)… Esta nueva entrega desarrolla los dramas paralelos de las dos familias protagonistas —una humana y otra simiesca— con unas vigorosas interpretaciones y unas apabullantes animaciones digitales, que garantizan numerosas secuencias de gran intensidad emocional, y dan entidad moral a las secuencias de violencia entre especies.
De nuevo brilla el trabajo vocal y gestual del actor Andy Serkis en su caracterización del simio César mediante animación por captura de movimiento. Le acompaña una atractiva galería de personajes simiescos y humanos que afrontan muchas de las grandes cuestiones vitales –la familia, el respeto mutuo, la ley natural, la paz…– con realismo pero sin fatalismos nihilistas, con cierto optimismo pero sin ingenuidades buenistas ni ecologismos radicales, con una rica y nada maniquea visión de la naturaleza humana, de sus grandezas y miserias.
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