En la crítica de cine, para ser ecuánime hay que situar la película en los contextos: en el del cine contemporáneo que aborda relatos similares, en el de la filmografía del director, en el de la sociedad que recibe esa cinta.
15 años y un día es una de las peores películas de una Gracia Querejeta, que venía de hacer la notable Héctor y la sobresaliente Siete mesas (de billar francés). El guion de su nueva película parece escrito para el episodio piloto de una serie que podría llamarse Verano Azul revisited en versión siglo XXI. Un chico vasco de 13 años se porta mal y su madre le envía a pasar una temporada con el abuelo, un militar retirado que vive en un pueblo costero de Andalucía.
Santos Mercero, un veterano de las series de TV, y la propia Querejeta arman una historia en la que no te crees nada de nada: todo es libresco, impostado, malamente melodramático. Los personajes peroran, las frases son redondas, las réplicas ajustadas, pero todo es falso. Creerse al abuelo y a su amiga policía, a la abuela amargada-liberada-avinagrada, al adolescente surfero buen salvaje y a su pandilla, a la madre actriz atolondrada, requiere mucha, mucha fe… La trama es una sucesión de incoherencias cogidas por los pelos en una película que se hace larga porque es fastidiosamente acumulativa.
Lo que ocurre es que Querejeta es una directora solvente y trabaja con un equipo estupendo. Y la película se deja ver. Su triunfo en el festival de cine de Málaga no hace un favor al cine español del año 2013. Los actores son muy buenos y gracias a ellos, algún despistado, obviando el contexto y en un momento de euforia, podría pensar que la película es un 15, cuando tiende al 1.
