Esta película canadiense rodada en francés fue aspirante al Oscar a película en lengua no inglesa. El conradiano viaje al corazón de las tinieblas (no lo olviden, el horror, el horror, en la versión de Coppola) que cuenta Kim Nguyen en su cuarto largometraje desde 2002, es impresionante y conmovedor. La viajera es Komona, una niña de 12 años, obligada a convertirse en niña soldado, secuestrada por una banda de asesinos y delincuentes que, por esas perversiones del lenguaje periodístico, se convierten en la milicia de un señor de la guerra, líder de la insurgencia o jefe de fuerzas paramilitares.
Los grandes ojos de la niña son las ventanas por las que el espectador se asoma a un relato brutal, que Nguyen ha querido envolver en una metáfora arriesgada pero honesta, la de la magia, como paradigma del alma africana, personificada en un chico de 15 años, negro albino. Arriesgada porque puede ser tachada de narcisista y excesivamente enrocada en la percepción occidental de la idiosincrasia del África subsahariana. Honesta, porque se pretende dar respiro al espectador sin edulcorar la realidad. Todo con una hermosa fotografía y una puesta en escena sencilla pero muy poderosa, en la que quizás sobran subrayados esteticistas.
En Rebelde todo es negritud salvo una fugaz aparición de unos cooperantes blancos. Áspera y contundente, tiene momentos inolvidables como la ceremonia en que los niños se “casan” con el desgraciado protagonista de muchas regiones del continente africano, el implacable Kalas: un artefacto de infernal eficacia inventado en 1947 por un general soviético llamado Mijaíl Kaláshnikov que se ha bebido la vida de centenares de miles de inocentes. La entrada en combate de los niños, como en trance, atiborrados de una bebida alucinógena, es difícil de olvidar.