Silviu tiene 18 años y sólo le quedan unos días para salir del centro penitenciario de menores en el que lleva mucho tiempo. Silviu es grande, fuerte y razonablemente pacífico; en ese lugar uno no puede ser demasiado bueno si quiere sobrevivir. Silviu no puede ocultar su alegría ante la próxima liberación, pero entonces recibe la visita de su hermano pequeño, a quien él crio, que viene a decirle que su madre –que los había abandonado– ha venido para llevárselo a Italia con ella; Silviu no puede aceptarlo.
La primera película de Florin Şerban sorprendió en su estreno en el Festival de Berlín 2010, donde consiguió el Oso de Plata. Se trata de una obra dura y realista que recuerda un poco, por el tono y la mirada amable sobre unos jóvenes desarraigados, al cine de los hermanos Dardenne, aunque carezca de su incomparable acabado. La película tiene la solidez de planteamiento de una obra de origen teatral, y la frescura de un reparto joven, no profesional pero excelente, y de un cineasta joven que se atreve a llevarla a la pantalla sin hacer concesiones. Muestra la vida cotidiana en el centro penitenciario, la brutal camaradería de los internos, y un conflicto que crece en las entrañas de un joven, en el fondo bueno, realmente bienintencionado, y que estalla en el peor momento y de la peor manera posible, choca brutalmente con el mundo real, y está abocado al fracaso.
La tensión sube exponencialmente sin hacer nada, y el desenlace que el espectador trata de imaginar, sin lograrlo, constituye un poema desgarrador.
Cine distinto, poco comercial pero entrañable y muy interesante como la obra –también rumana– 4 meses, 3 semanas, 2 días.