Por fin llega a las pantallas esta esperada película de Steven Spielberg, íntegramente rodada en animación por captura de movimiento y en 3D estereoscópico. En ella, Spielber, con Peter Jackson como coproductor, adapta tres de los 24 álbumes de Tintín, el joven periodista de cómic, curioso y aventurero, creado en 1929 por Hergé. Unos álbumes que han sido traducidos a 80 idiomas, y de los que se han vendido más de 350 millones de ejemplares en todo el mundo.
En concreto, el filme de Spielberg integra elementos de El cangrejo de las pinzas de oro (1940-1941), El secreto del Unicornio (1942-1943) y El tesoro de Rackhman el Rojo (1943). Lo mejor de la película es la libertad creativa con que Spielberg afronta la recreación del universo imaginado por Hergé, sin dejar de ser fiel al espíritu de los cómics originales. Su animación sigue mostrando las limitaciones de la captura de movimiento a partir de las interpretaciones previas de actores, sobre todo en los andares de Milú y otros animales. Pero, a la vez, permite a Spielberg desplegar una planificación impresionante, llena de tomas imposibles para la imagen real, en la que deslumbran sus muchas virtudes como narrador de historias, así como el esmeradísimo trabajo de todo su equipo en el diseño de personajes y en la elaboración de unos fondos sencillamente antológicos.
Esa excelencia técnica se articula en un guión chispeante –eficaz tanto en la intriga como en el drama o el humor–, desarrollado a ritmo trepidante por el sensacional montaje de Michael Khan. Por su parte, el veterano John Williams acierta en su arriesgada partitura musical –menos sinfónica y más minimalista de lo que es habitual en él–, y redondea así una gran película para todos los públicos, algo violenta en alguna escena, pero que refleja muy bien el elogio de la honestidad profesional, la amistad y la valentía del popular personaje de Hergé, uno de los grandes del noveno arte.