Mike Flaherty es un abogado felizmente casado, con dos niñas. Además entrena al equipo de lucha libre de un instituto. Enredado en dificultades económicas, acepta ser el tutor legal de un cliente con principio de demencia senil. Un día se presenta Kyle, el nieto adolescente del anciano, con dificultades en casa: su madre soltera está en un programa de desintoxicación. Los Flaherty acogen al chico, mientras Mike descubre que tiene ahí un diamante en bruto: Kyle tiene cualidades extraordinarias para la lucha libre.
Thomas McCarthy prueba su talento para el guión y la dirección de películas, demostrado ya en Vías cruzadas y The Visitor. Deslumbra lo fácilmente que fluye la narración de esta película, que combina drama, comedia y cine deportivo, sin que se imponga claramente ninguno de estos géneros. El cineasta sabe plantear conflictos de entidad, resumibles en la importancia de superar egoísmos y prejuicios para ocuparse de los demás. La narración está sembrada de pequeños detalles que la dotan de credibilidad, mientras la lucha libre sirve de metáfora de las peleas cotidianas que tienen todas las personas.
El film es modélico en la construcción de personajes, con unos actores perfectamente seleccionados y dirigidos. Parece claro que McCarthy vierte en la película su propia experiencia familiar en los Flaherty –estupendos Paul Giamatti y Amy Ryan, más las niñas–, pero además compone con acierto a los amigos del protagonista –los secundarios Jeffrey Tambor y Bobby Cannavale– y a los componentes de la familia desestructurada –el abuelo Burt Young, la hija Melanie Lynksey, el nieto Alex Shaffer, que debuta como actor–.