Un monasterio del Císter en un pueblo argelino de las montañas del Atlas. Los religiosos franceses llevan casi 60 años allí. En 1996, terroristas del GIA secuestran a los monjes.
Esta película contiene uno de los retratos más apasionados y apasionantes que ha hecho el cine de la fe católica encarnada, porque comprende, asume y expresa muy bien el misterio de la gracia correspondida que tiene como culminación el martirio. Ha habido grandes películas sobre el cristianismo, pero muy pocas sobre el catolicismo tan grandes como De dioses y hombres.
Premio especial del jurado en Cannes, la cinta representará a Francia en los Oscar y lo lógico sería que ganase. La película merece admiración, no ya por retratar a unos monjes católicos de una manera verosímil, sino porque ese retrato es excepcional desde el punto de vista fílmico.
El primer guión del hasta ahora productor Étienne Comar (con la participación del director Xavier Beauvois en la escritura de diálogos) es fascinante en su variedad temática y en la manera de desarrollar el conflicto. Se abordan los asuntos con una fuerza tremenda pero sin el menor rastro de énfasis: la centralidad de la Eucaristía y la oración, el ora et labora, el ejercicio de la autoridad como servicio a los demás, la fuerza arrolladora de la fraternidad. La manera de construir personajes que podrían parecer iguales, pero que presentan una enorme variedad, es muy inteligente: la vida cristiana se adapta a caracteres, talantes, actitudes muy diversos… La fotografía es bellísima pero a la vez no invade artificialmente el encanto casi pedestre de lo que retrata. El montaje, en fin, es un alarde de prosa poética.
Las interpretaciones son poderosísimas y se logra una intensidad dramática altísima que no va reñida con la amenidad. Esto no es El gran silencio. En Francia ya lleva 3 millones de espectadores (cfr. Aceprensa, 30-09-2010).