Un fotógrafo escayolado se aburre en su apartamento y se dedica a espiar a los vecinos. Su novia, una modelo, quiere que siente la cabeza. Esta es una de las películas de Hitch que más ha “crecido” en los últimos años, gracias a los estudios de los críticos y especialistas en cine.
Magnética adaptación realizada por Hayes de un relato de Cornell Woolrich, la película admite cien visionados y otros tantos niveles de lectura. Es, a la vez, un singular cursillo prematrimonial, una reflexión finísima sobre los efectos de la telebasura, un estudio sobre la necesidad de respetar la intimidad propia y ajena, una amenísima historia de amor, un thriller inquietante, una sátira sobre la televisión, etc., etc., etc.
Siempre apasionante, con diálogos agudísimos, cuesta encontrar adjetivos para definir el trabajo de Kelly, Stewart y la enorme Thelma Ritter (recuérdenla como ayudante-Pepito Grillo de la gran Bette Davis en Eva al desnudo). “Nos estamos convirtiendo en una raza de mirones”, dice Ritter.
Y es que esta cinta de 1954 es cine para mirar sin descanso: Hitch depuró al máximo sus singulares opciones de planificación y montaje, que interactúan una y otra vez con un decorado fascinante (el patio de unos apartamentos). La presentación de Lisa, el personaje de Grace Kelly, encendiendo lámparas es de lo más hermoso que se puede ver en una pantalla.
Como en toda la obra del director de Rebeca, está presenta su decisión de no usar palabras cuando las cosas se pueden decir con imágenes.