Casi novecientas páginas tiene la tercera y última novela de la saga Millennium. Y queda claro que hay dos o tres centenares de páginas que son puro relleno. Algo parecido ocurre con la película, a la que sobran 50 ó 60 minutos. La protagonista se recupera de sus terribles heridas y tiene que hacer frente a un juicio. Y aparecen, cómo no, más conspiradores corruptos, que abren nuevos armarios, llenos de terribles secretos inconfesables, que proporcionan unos puntos de giro arbitrarios que no tiene ni el rally más exigente.
Menos desagradable y sórdida que las dos películas anteriores, está rodada con corrección y siempre con un aire de serial de televisión de escaso presupuesto, en este caso un drama judicial bastante plano. Lo que cuenta tiene poco interés y resulta forzado. Es agotador seguir los pasos adelante y hacia atrás de la estrafalaria e inexpresiva protagonista. El resto de los personajes tienen tan poco peso, que cuesta llamarles personajes.