Durante la II Guerra Mundial, Mundson, dueño de un casino en Buenos Aires, conoce a una mujer llamada Gilda. Farrell, mano derecha de Mundson, mantiene una tensa relación con la provocativa Gilda.
Uno de los grandes títulos del cine de pasiones tumultuosas, esta película del húngaro Vidor se convirtió en legendaria por el impacto que provocó en la audiencia la interpretación de la pelirroja Rita Hayworth, que a sus 28 años era una de las actrices más hermosas del cine, con un estilo marcado por una sensualidad volcánica potenciada por su condición de excelente bailarina (vean Bailando nace el amor: Fred Astaire dijo que nunca tuvo mejor compañera, y eso que las tuvo magníficas como Rogers, Charisse, Goddard) y de notable cantante. “Nunca hubo una mujer como Gilda” es más que un lema promocional, es una verdad como una casa.
Pero Gilda es una leyenda por muchas más cosas: entre otras (fotografía, montaje, música, vestuario), por un enorme Glenn Ford, que además es narrador de una historia muy bien urdida por Marion Parsonnet (en la que metió mano el inevitable Ben Hetch, por decisión de Harry Cohn, el zorro que dirigía con mano firme Columbia). Un guión que tiene hallazgos tan brillantes como el personaje de Tío Pio, cuya relación con Farrell es cautivadora.