De largo, la mejor película española, una genialidad de Berlanga que contó con la comicidad disparatada de Mihura y la vis satírica de Bardem para escribir una opera bufa, que no solo fue galardonada en Cannes sino que fue la triunfadora de los premios de Sindicato del Espectáculo de la España de Franco. Con un ingenio sin límites esta película es paradójicamente un fruto (ya me entienden) de los límites impuestos de la censura, que Berlanga siempre ha confesado que sorteo sin especiales dificultades.
En los años 50 la llegada de la ayuda del plan Marshall a España revoluciona la vida del pueblo de Villar del Río, que prepara un apoteósico recibimiento. El rey de la función es una fuerza de la naturaleza de 67 años de nombre José Isbert, que interpreta al alcalde de una pequeña localidad en la que todos quieren ser partícipes del momento en que los americanos lleguen en sus larguísimas limusinas. Con elementos claramente deudores del mejor neorrealismo italiano pero impregnados de una salsa cinematográfica netamente española, la película tiene recursos del mejor cine del momento, como una soberbia narración en off de Fernando Rey (nada que envidiar al mejor cine norteamericano) o como ese magistral inserto onírico en el que se pone en solfa el «sueño americano».