En julio de 1934, durante la Gran Depresión, el popular ladrón John Dillinger escapa de la cárcel e inicia una audaz oleada de atracos a bancos, sobre todo en Chicago y alrededores. Dos hechos complicarán su ya de por sí angustiosa situación: se enamora de Billie Frechette, una joven que trabaja en un guardarropa, y al mando del equipo policial que le persigue se pone el agente federal Melvin Purvis, un tirador de elite duro, meticuloso y sin muchos escrúpulos. A través de este superpolicía, el temido J. Edgar Hoover comienza a transformar su Bureau of Investigation en lo que años más tarde será el FBI.
Decepciona un poco esta irregular, violenta y hagiográfica semblanza de John Dillinger, cercana en sus planteamientos a Bonny & Clyde y Los intocables de Eliot Ness, pero menos redonda. Por un lado, el guión elogia demasiado al bandido -presentado como una especie de Robin Hood contra los corruptos bancos- y critica en exceso a la policía, que parece haber asumido sin reparos morales que el fin justifica los medios, incluso los más brutales.
Por otro lado, la taquicárdica puesta en escena de Michael Mann (Heat, Ali, Collateral) -en calidad digital y con abundantes tomas cámara en mano- acaba por agotar al espectador y por sacarle un poco de los años 30 del siglo pasado. Los actores cumplen, pero no logran liberar a sus personajes del carácter de arquetipos que les asigna el guión. Y Mann sirve varios tiroteos brillantes y unas cuantas secuencias de intriga de alta intensidad emocional.