Brad y Kate son una pareja feliz, no están casados y tienen miedo al matrimonio, a los hijos y a todo compromiso, todo ello provocado por su desgraciada experiencia personal: ambos son hijos de padres divorciados y recasados varias veces.
Para celebrar la Navidad ellos huyen de la familia y se van cada año a un lugar exótico, inventando una excusa para no ver a los parientes. Pero este año, cuando se disponen a ir a las islas Fiyi, su vuelo es cancelado y se quedan en tierra. Para colmo de males, la televisión los entrevista y todo el mundo se entera de que se han quedado en casa. Dado que los cuatro progenitores no se hablan, la pareja hace el tour de las cuatro familias -lamentables todas ellas-. Allí descubrirán los tormentos y las alegrías de una familia normal, y se replantearán el futuro.
Muy mal deben de andar las cosas cuando de un planteamiento clásico y navideño, con un mensaje positivo, sale un guión tan flojo como éste. El tono es el de la comedia gamberra, con abundantes chistes procaces y alguna situación de gusto dudoso. Las cuatro familias son un desastre, o más bien, unas nulidades descerebradas, parodias de familia sacadas de una mala serie de televisión; y los dos protagonistas principales no mejoran sus estirpes.
A pesar de todo el mensaje final llega, y la película ha tenido éxito en Estados Unidos. Es una pena que sea a base de gritos estridentes y groseros en lugar de hacer algo más agradable. Hollywood reserva la dulzura de Navidad, entonces empalagosa, para las películas infantiles. ¿Es posible que el público adulto necesite, o sólo capte mensajes simplones? Da lástima ver a un reparto poblado de estrellas en una película tan floja, que ha liderado dos semanas seguidas la taquilla norteamericana.