En 1945 vio la luz la primera edición de la novela más célebre de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead, un relato de casa de campo inglesa con una carga nostálgica propiciada por la crisis abierta por la segunda gran guerra. Tras su publicación Waugh fue catapultado a la fama internacional, y al alcanzar ésta los EEUU, la Metro-Goldwyn-Mayer le hizo una oferta de adaptación. Waugh fue invitado a Hollywood para negociar con los productores, pero al final el proyecto no llegó a prosperar.
Por una parte, el autor era consciente de que la MGM no había entendido las implicaciones teológicas de su novela, que declaradamente trataba de la “acción de la gracia divina en un grupo de personajes diversos”, mientras que la productora veía la trama como una mera “love story”. Sospechaba que podría suceder lo que a muchas versiones de autores contemporáneos, masacradas o irreconocibles en la pantalla. Por otro lado, la censura de la influyente oficina Hays-Johnston encontraba que “la historia en su forma actual es inaceptable”, en alusión a las sugerencias de homosexualidad y a la representación de relaciones de adulterio.
Una teleserie magistral
Así las cosas, el proyecto de adaptación durmió el sueño de los justos hasta que, casi cuatro décadas más tarde, Granada Television acometió en 1981 la magistral teleserie de once capítulos, escritos mayoritariamente por John Mortimer y dirigidos por Charles Sturridge. Estrellas de la talla de Jeremy Irons como Charles Ryder, Laurence Olivier como Lord Marchmain o John Gielgud como el señor Ryder dieron el do de pecho interpretativo en una producción admirable por su recreación de ambientes, gusto por el detalle y fidelidad a la novela original.
La serie recibió el Globo de Oro en 1983 por la mejor serie de televisión, además de siete premios BAFTA y un Emmy, y de alguna forma dejó la impresión de que quizá ya se había dicho todo lo que se podía decir de Retorno a Brideshead audiovisualmente.
Pero no, en cuestión de relecturas nunca se dirá la última palabra, y a principios del tercer milenio empezó a hablarse de un proyecto de adaptación para la gran pantalla, a cargo de la productora británica Ecosse. Un artículo del Sunday Times (1-12-2002) levantó la liebre: el guionista iba a ser Andrew Davis, experto en adaptaciones televisivas de clásicos ingleses. Unos meses después, Davis adelantó en el Telegraph (27-05-2003) que se centraría en la historia de Charles y Julia, y en cómo “el catolicismo destruye su relación”. Confesó también que “si se puede decir que Dios existe en mi versión, será el malo”. En el Times del 31-05-2003, Alexander Waugh, nieto del autor y reciente beneficiario de los derechos tras la muerte de su padre Auberon, declaraba que Brideshead Revisited tenía un final abierto “escrito de tal modo que los católicos salgan felices, pero también los ateos empedernidos como yo mismo”.
Clásicos cristianos vaciados
De todos modos, si aceptamos la libertad del creador cinematográfico (ese concepto múltiple que engloba director, guionista, productor, etc.) para subvertir el fondo de la historia que le da inspiración (y audiencia), nos queda una película emotiva, memorable, muy bien recreada, con exteriores deslumbrantes y un ritmo narrativo muy medido. Y, a pesar de la supuesta subversión, la sombra de Evelyn Waugh sigue siendo alargada.
Aunque algunos añadidos alteren o contradigan la línea original, es cierto que la sugerente escena de la agonía de Lord Marchmain se mantiene, y que en el momento de separación con Julia, Charles le confirma que comprende sus motivos, lo cual hace creíble que, si bien no acaba convertido (habría necesitado enormes tragaderas para sentirse atraído por el catolicismo dibujado en la película), pudiera estar en camino.
Este nuevo Retorno a Brideshead no es la primera adaptación literaria reciente de una novela católica que sufre un similar adelgazamiento. Coincide que hace poco vi la versión televisiva de Los miserables (Josée Dayan, 2000), en la que uno de los héroes cristianos por antonomasia, Jean Valjean, pierde su piedad religiosa, sus obras de misericordia o su filantropía para ganar rencor, tormento interior e incluso pulsiones incestuosas.
No sé si triunfará esta moda de reinterpretar los clásicos trascendentes de modo más “terrenal” y abierto que les vacíe de su idiosincrasia en pos de una mayor inteligibilidad o aceptabilidad universal.
El mismo Waugh profetizó su destino en el curioso relato escrito en 1934, “Viaje a la realidad”, donde un productor de cine pretende absurdamente hacer Hamlet inteligible para las masas quitándole toda la poesía y filosofía. Precisamente lo que ha hecho grandes a los clásicos es el hecho de no ser en absoluto asépticos, y todo el catolicismo del Retorno a Brideshead original no ha impedido que cientos de miles de ateos, acatólicos o indiferentes se hayan emocionado con su lectura.
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Carlos Villar Flor es profesor de literatura inglesa en la Universidad de La Rioja.