Blanca es una adolescente marsellesa, de 16 años, aficionada al atletismo y obsesionada por conocer a su padre, un español que dejó a su madre cuando ella era un bebé. Al morir su madre, Blanca pasa un tiempo en un centro de acogida, del que pronto se escapa para viajar a Madrid en busca de su padre. En el barrio de Vallecas será acogida en su casa por Nieves, un tosco y solitario capataz de la construcción al borde de la jubilación. Surge así entre ellos una singular amistad, cercana a una relación paterno-filial, que no será bien entendida por los vecinos y amigos de Nieves.
Lo mejor de este drama social -similar en forma y tono a Rosetta, de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne- son las interpretaciones del no actor Francisco Luque y de la joven actriz francesa Emilie de Preissac. La apabullante veracidad de ambos toca de lleno la fibra sensible del espectador, interpelado por el ansia de cariño y comprensión de estos aficionados en el arte de amar, como casi todo hijo de vecino. Unos sentimientos bien subrayados por varios personajes secundarios, también matizados por el guión e interpretados con autenticidad. En este sentido, el salmantino Gabriel Velázquez muestra una notable capacidad para la dirección de actores en este su primer filme en solitario tras codirigir Sud Express con Chema de la Peña. Más irregular es su puesta en escena, cuya fría planificación no acaba de disimular la escasez de medios con que se ha realizado. De todas formas, esta misma modestia también resulta simpática.