Un restaurante mexicano en Nueva York; en él un cocinero hispano marcado por un pasado doloroso y una camarera norteamericana angustiada al descubrir que espera un hijo. Juntos se ayudarán para poner piezas en los rompecabezas de sus vidas atribuladas.
Esta ópera prima de un realizador mexicano de 30 años -afincado en Estados Unidos, al igual que el productor y actor protagonista Eduardo Verástegui- trata cuestiones interesantes, y lo hace con un planteamiento y un desarrollo infrecuentes en el cine comercial norteamericano, cada vez más estandarizado, en el que los guionistas parecen marcar el paso al ritmo de un disco rayado. Gustará más o menos, pero esta pequeña y emotiva película va por libre y sin complejos, y dice alto y claro cosas sobre el influjo benéfico de la familia, la defensa de la vida del no nacido y la belleza de la fe cristiana.
Con naturalidad y soltura el relato llega y conmueve, aunque ciertamente en algún momento se noten en su vuelo algunas turbulencias de culebrón (esa absurda desaparición de la protagonista, por ejemplo) y una realización un tanto televisiva. El excelente trabajo de la actriz Tammy Blanchard es un compendio de la inteligencia con que los autores de la película han sabido meter presión a una bella historia que tiene puntos en común con Mi familia (1995, Gregory Nava) y la reciente Once (2006, John Carney).
Con un presupuesto de 3 millones de dólares, la cinta ha hecho 8 millones en Estados Unidos, poniendo un nuevo jalón en las estrategias que puede usar un productor para hacer rentable una película pequeña (más, si cabe, una ópera prima) que se sale del guión “oficial”. Bella es, en este último sentido, otro buen ejemplo para productores e inversores. Y es que a fin de cuentas, no les falta razón a los que dicen: “menos quejas y lamentos; escribe una buena historia, busca inversores, rueda en inglés y haz toda la promoción posible”.