Con Luz de domingo José Luis Garci cierra la trilogía de Cerralbos del Sella, ficticio pueblo asturiano que acogió antes los melodramas de You’re the One e Historia de un beso. A diferencia de las otras dos partes de la trilogía, provistas de guiones originales, Luz de domingo se inspira en una novela homónima escrita en 1916 por Ramón Pérez de Ayala.
Como en otros títulos de Garci, Luz de domingo trata de un presente herido por un suceso del pasado. Si el origen del mal en la You’re the One era la Guerra Civil, y la pasión desbocada en El abuelo, Luz de domingo sitúa la tragedia a principios del siglo XX en el ámbito del caciquismo y de las revanchas políticas.
En Luz de domingo, la familia Becerril -una familia procedente del pueblo llano y que ha logrado hacerse con la alcaldía del pueblo gracias al dinero- sólo vive para la ambición. El contrapunto lo da Urbano Cagigal, el joven secretario del ayuntamiento (Álex González), que acaba de llegar de fuera tras haber aprobado la oposición. Este funcionario es honesto, bueno, impecable de trato y de recta conciencia. El amable costumbrismo de los primeros tres cuartos de hora del film se rompe cuando Urbano y Estrella (Paula Echevarría) se enamoran, ya que esta es el objeto de deseo de uno de los hijos del despótico alcalde (Carlos Larrañaga). Además, el padre de ella (Alfredo Landa) es propietario de unos terrenos codiciados por la familia Becerril.
Esta lucha entre el político corrupto y el honrado, que ha dado a la historia del cine y la literatura muchos argumentos, tiene aquí dos peculiaridades. Por un lado, su contundente carácter español, que nos muestra dos Españas, más de índole moral que política.
Los símbolos que aparecen, que en otro film serían motivo de burla, aquí son declaración de principios. Y no me refiero tanto a los consabidos cura, guardia civil y procesión de la Virgen, como a pequeños detalles que hablan de España y su historia como de un proyecto común. Es más bien la “atmósfera” de una España apetecible, sólida, de hermosos parajes y gentes recias, una atmósfera que cruza la película de cabo a rabo.
La otra singularidad es que el guión de Garci y Horacio Valcárcel no se centra en el conflicto entre el malvado alcalde y el honrado secretario, sino en la inconmensurable humanidad de este último. El amor casto a su novia que luego se torna entrega absoluta a su esposa, la escrupulosa atención a la ley, el desprecio al dinero fácil, el rechazo de la notoriedad -excelente el doble episodio del pulso-… van configurando un personaje heroico distinto de los habituales de Garci.
Cinematográficamente es una película inferior a El abuelo, pero muy superior a Ninette y a Tiovivo c. 1950. Muy fiel a su estilo de puesta en escena y planificación, Garci vuelve a conseguir excelentes primeros planos de sus actores, así como ese tempo narrativo pausado y de montaje sereno que le caracteriza. En la fotografía, la ausencia del maestro Pérez Cubero, habitual de Garci, no se echa en falta gracias al oficio del veteranísimo iluminador argentino Félix Monti, que además nos brinda unas imágenes de los paisajes asturianos sencillamente antológicas. El trabajo de Gil Parrondo es el de siempre, es decir, inmejorable, y el vestuario de Lourdes de Orduña es también un derroche de buen gusto.
Hablando de buen gusto, es de agradecer que el episodio más brutal del film, que incluye violencia física y sobre todo sexual, aunque está rodado con la dureza impactante que requiere el desarrollo de la historia, no se recrea en buscar complicidad morbosa en el espectador, de manera que no se rompe el tono elegante del film. Para muchos puede ser una dificultad el carácter literario de los diálogos, pero para otros estaremos ante una película “garciana” cien por cien.