El título de esta película no deja lugar a dudas sobre el argumento. Al bandolero Jesse James, ex combatiente sudista, lo va a matar un miembro de su banda, un joven absolutamente deslumbrado por la personalidad del forajido. La cinta, producida por los hermanos Scott, Tony y Ridley, es una adaptación de la novela homónima de Ron Hansen, finalista del Pen Faulkner en 1983, que explora el mito de James, un héroe maldito con aureola legendaria, y las relaciones con los miembros de su banda. El debutante Andrew Dominik escribe y dirige una película poderosa en la que que se adivinan las influencias del cine de Terrence Malick, el tono crepuscular de los westerns de Eastwood y el realismo seco y desencantado -con brotes de una degeneración atávica- de las novelas de Cormac McCarthy, en especial de las que componen su Trilogía de la frontera.
{{jesse}Es difícil hacer viable una película en la que conocemos el final, máxime si dura 160 minutos (afortunadamente se recortó la primera versión… que duraba 4 horas). La cinta tiene indudables errores, casi todos de forma, pero cuenta con un trabajado guión. Hay algo -mucho- de creación literaria en los diálogos, en el modo de impulsar la acción, en el extraordinario clímax final, en la forma en que la voz en off envuelve una opresiva, seca e indigesta atmósfera donde se cuecen grandes dramas de la existencia humana (desde el deslumbramiento hasta la decepción, pasando por la rabia, la sospecha, la banalidad del mal, el conflicto de lealtades o lo aleatorio y caprichoso de la fama). Pero especialmente se nota este trabajo de escritura en la construcción de los personajes. Es sorprendente -porque no suele encontrarse en el cine actual- el elaborado dibujo de cada uno de los miembros de la banda. Y no sólo los protagonistas, aunque en el caso de éstos, su profundidad psicológica, con infinidad de matices, está muy conseguida. Las interpretaciones de Brad Pitt -que ganó el premio al actor en el Festival de Venecia- y Casey Affleck son impresionantes.
Con estos estos logros, los defectos -que los hay- se disculpan, en parte porque son lógicos en un director primerizo. La cinta es lenta, pero este ritmo pausado -con la soberbia fotografía de Deakins y la ajustada banda sonora de Nick Cave- ayuda a dar el tono desasosegante y el halo de tragedia griega que se mastica en la mente del espectador. Evidentemente, hay algunos excesos preciosistas y se podría reprochar a Dominik una planificación demasiado cerrada. En cualquier caso, son defectos menores de una notable película, oscura metáfora sobre los mitos de un país enorme y poderoso.