Los documentalistas Grube y Sánchez Lansch, este último dedicado casi exclusivamente al mundo de la música, se dan la mano para presentar un ambicioso proyecto educativo: los esfuerzos de la Orquesta Filarmónica de Berlín para salir de su Olimpo y llegar a todos, incluidos los más modestos; para ello se propusieron que 250 estudiantes de Berlín de 8 a 22 años (el 75% de 11-17 años), de toda condición social y cultural, muchos de ellos inmigrantes que apenas conocen el alemán, representaran el ballet «La consagración de la primavera» de Stravinsky. En el año 2003 la Filarmónica contrató al británico Simon Rattle para dirigir y coordinar esta hermosa locura, junto con el coreógrafo, también británico, Royston Maldoom. Al término de seis semanas de preparación los estudiantes bailaron el ballet en la gigantesca sala Treptow Arena, un antiguo aparcamiento de autobuses, ante 2.500 espectadores.
El documental es un poema visual y musical de extraordinario valor; arranca con imágenes de Berlín al ritmo de un rap alemán llamado «Don't Hide!», melodía que poco a poco se vuelve clásica, y entonces van saliendo tomas de los chicos que serán transformados por la magia de la música y la danza, personalizada en Rattle y Maldoom.
Rattle, un tanto grandilocuente, habla de su relación con la música y explica el valor de la melodía que interpretan y de lo que va a significar para los chicos. «La música no es un lujo, es una necesidad, como el aire que respiramos».
Maldoom es un excelente pedagogo que cuenta a la cámara el descubrimiento de su vocación de bailarín y cómo le afectó, junto con los valores que desarrolla la disciplina artística. Él no se engaña: sabe que la mayoría de los chicos que se han apuntado al proyecto no están realmente interesados; para ellos sólo es una diversión, o una manera de evitar otras clases más aburridas; pero poco a poco logra encarrilarlos y hacerles valorar el esfuerzo por lograr algo grande.
Y luego los propios chicos, particularmente tres: Martin, un adolescente solitario y tímido; María, una muchacha bonita y perezosa; y Olayinka, joven inmigrante africano que quiere hacer algo con su vida.
Las intenciones pedagógicas de la película quedan claras desde el principio: denuncia del conformismo e invitación al desarrollo de las cualidades que tiene cada uno. Vale la pena -se viene a decir- afrontar lo arduo, sin buscar resultados a corto plazo.
Las imágenes son de gran calidad, con una eficaz combinación del formato HD para las tomas generales y del DV, para las entrevistas personales. La música, registrada en «surround» 6.1, suena muy bien. El fluido montaje lleva al espectador en volandas.
Fernando Gil-Delgado