Un capitán del Séptimo de Caballería. Con un cuadernito de notas, donde hace apuntes sobre los indios. Bravo en el combate, pero desencantado y algo cínico. Por avatares mil, va a dar con sus huesos a una idílica aldea donde conviven valientes guerreros nativos y sus familias. Allí descubre una armonía, una espiritualidad estilo New Age, insospechadas. La palabra «honor» vuelve a cobrar sentido. Se enamora de una delicada mujer, que perdió a su esposo en el combate. Las barreras idiomáticas no resultan insuperables, y más bien dan paso al humor y al esfuerzo por hacerse entender. Un niño admira al recién llegado. Entre los próceres de la aldea no faltan el jefe sabio, el guerrero brusco y belicoso, o el afable y acogedor; y todos acabarán compartiendo la amistad y admiración por el «hombre blanco». Una voz en off nos pone al tanto, de vez en cuando, de todo…
¿Bailando con lobos? ¡No! El último samurái, y ésta es la principal pega que se le puede poner: ser un calco del título que dirigió y protagonizó Kevin Costner. Únicamente, donde dije «indios» hay que decir «japoneses». Porque en el film de Edward Zwick, coguionista y director, las novedades estriban en que el mundo exótico en que se ve inmerso el protagonista es el Japón feudal de los samuráis, especie casi en extinción ante los avances de la modernidad. La lealtad a machamartillo al emperador -aunque sea inmaduro y pusilánime-, el harakiri -el suicidio con honor antes que la supervivencia deshonrosa-, la hospitalidad ordenada por el jefe del clan -aunque sea al hombre que arrebató la vida a un ser querido-… son reglas que primero aturden al capitán Nathan Algren para luego despertar el respeto, la admiración, e incluso la emulación.
Zwick, aficionado a las historias grandes, de corte épico y heroico -Tiempos de gloria, Leyendas de pasión, En honor a la verdad y compañía-, se encuentra como pez en el agua con dos horas y media de metraje, que le permiten rodar impresionantes escenas de batallas magníficamente coreografiadas y acompañadas por la música de Hans Zimmer, lo mejor del film sin duda. El resto está bien llevado, Zwick sabe atrapar al espectador; aunque no deja de cargar esa visión un tanto ingenua de Oriente y la vida sencilla, frente a una civilización occidental donde encontrar el equilibrio resultaría poco menos que imposible. Tom Cruise aguanta el tipo como protagonista absoluto, aunque a mi entender tiene demasiado presente el modelo Kevin Costner para su personaje, incluido el punteado humorístico. Está bien apoyado por los actores orientales (sobre todo por Ken Watanabe) y el resto del reparto, que con su trabajo evitan los peligros de un maniqueísmo excesivo.