Nacido hace 37 años, el chileno Andrés Wood estudió cine en Nueva York antes de debutar en 1997 con Historias de fútbol, Premio al mejor director en el Festival de Huelva. Después realizó El desquite, planteado inicialmente como una miniserie televisiva. Ahora, en La fiebre del loco ofrece un melodrama extremado con leves tintes de comedia esperpéntica. Un cóctel a ratos sabroso, pero bastante indigesto.
La acción transcurre en la remota isla chilena de Toto, al sur del país. Sus pobres habitantes sobreviven gracias al loco, un extraño molusco muy apreciado en Japón. Cuando se levanta la veda llega a la isla Canuto, un vecino que hace años huyó de la isla por oscuros motivos. Le acompañan un sencillo buzo amigo suyo y un japonés que hace una oferta inmejorable por toda la producción de loco. Mientras el cura del publo administra el dinero, Canuto y el buzo recuperan viejos amores, y los demás hombres del lugar se revolucionan con la llegada de unas prostitutas.
Wood dirige bien a sus excelentes actores y resalta en su fluida realización la bellísima fotografía de Miguel Littin Menz. Pero todo esto no logra salvar este tórrido culebrón romántico-sexual, muy fatalista en su tono trágico y demasiado grotesco en sus contrapuntos de humor, sobre todo cuando se centran en el catolicismo de los personajes.
Jerónimo José Martín