Mónica, de 13 años, vive en las calles de Medellín; vende rosas, roba, hace favores, inhala pegamento… Duerme en una habitación con tres amigas, tan niñas como ella y que también luchan por sobrevivir cada día. Mónica querría pasar una buena fiesta de Navidad: estrenar ropa, que su novio, un crío que vende droga, la lleve a bailar, y comprar pólvora para hacer unos buenos fuegos artificiales. Últimamente, bajo el efecto del pegamento, ve a su difunta madre. En Nochebuena, la volverá a ver.
Después de rodar varios documentales, el escritor y poeta colombiano Víctor Gaviria filmó en 1992 Rodrigo D.-No futuro, una dura película sobre la ciudad de Medellín. En La vendedora de rosas, inspirada en el cuento La pequeña cerillera, de Andersen, combina la belleza y la crítica social. Esta película tiene más de documental que de ficción. El director estudió durante meses la zona más pobre de Medellín antes de escribir el guión. Acampó junto a las chabolas que retrata, y trabajó con los niños de la calle que salen en la película.
Gaviria tiene mirada de poeta; los niños perdidos están filmados sin concesiones, pero también sin caer en lo miserable, en el feísmo o en los tópicos al uso. La historia es cruel y triste a la vez que bella y conmovedora, como el cuento danés que le sirve de modelo. Mónica y sus amigas no actúan, son. La película es un emotivo reportaje porque todo en ella, salvo los nombres y los detalles concretos, es real. El mensaje es tanto más eficaz cuanto que no tiene la forma de un alegato ni de una denuncia contra un estamento; es la simple realidad retratada la que llega al alma del espectador.
Fernando Gil-Delgado