Director: Martin Scorsese. Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Michelle Pfeiffer, Winona Ryder.
La escritora Edith Wharton llevó a cabo en su novela La edad de la inocencia una notable radiografía de la alta sociedad de Nueva York a finales del siglo pasado. Ahora Martin Scorsese la ha traslado a la pantalla.
Newland Archer (Daniel Day-Lewis), un joven producto de esa sociedad, acaba de comprometerse con May Welland (Winona Ryder). Su vida anodina sufre un vuelco cuando irrumpe en ella la condesa Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer), la prima de su prometida. Ellen acaba de divorciarse, ha vivido muchos años en Europa y no acaba de encajar en los rígidos convencionalismos que gobiernan la sociedad puritana de Nueva York. Los sentimientos de Newland se hallan divididos. Desea sinceramente ser leal a su futura mujer, de modo que se empeña en adelantar la boda. Sin embargo, ve a May como un ser aburrido, incapaz de mantener una conversación interesante: la perfecta dama de una sociedad que está empezando a odiar. Todo lo contrario de lo que representa Ellen, por quien se siente cada vez más atraído.
Martin Scorsese -que firma el guión junto con Jay Cocks- ha sido exquisitamente fiel al espíritu de la novela. Del italoamericano podía haberse esperado otra vuelta de tuerca a sus demonios personales, aprovechando una historia que habla de sentimientos reprimidos. En cambio, se ha puesto al servicio de la novela con esmero, convirtiendo una mirada, un silencio, un gesto, unas palabras sin aparente contenido, en momentos muy expresivos de un grupo social a veces hipócrita, defensor a ultranza de unos valores y unas apariencias.
El principal reparo que se puede poner al film es un uso abusivo de la voz en off, aunque ésta pertenezca a la gran actriz Joanne Woodward. Le cuesta a Scorsese plasmar la historia en imágenes que puedan sustituir la magnífica prosa de Edith Wharton. De todos modos, consigue alguna buena metáfora visual, como la de los leños de una chimenea, que con su crepitar aumentan la sensación de ahogo, de verdades no dichas con palabras.
Hay acierto pleno en la dirección artística de Dante Ferreti, en la fotografía de Michael Ballhaus, en la música de Elmer Bernstein, que dan el perfecto empaque visual y de ambientación a la historia. En este empaque, Scorsese reconoce la influencia de Wyler (La heredera), Ophüls (Madame de…) y Visconti (El gatopardo). También contribuyen a él los actores, que se han metido de lleno en sus personajes, convirtiendo algunos de los momentos del film en memorables.
José María Aresté