Aun cuando no se han escatimado medios, esta versión de la famosa tragedia de Shakespeare no logra conmover. Tal vez se deba a que lo fatídico, la supuesta fuerza del destino y el mismo Shakespeare van quedando lejos de la idiosincrasia del hombre actual.
El enfoque parecía bueno: la ciega pasión de Otelo por Desdémona crea psicológicamente el terreno abonado para que nazcan los celos. Pero los actores no dan el tipo de los personajes. La culpa no es sólo de ellos, sino del director; si en la teoría ha concebido no sólo una trágica historia de amor apasionado sino un «thriller erótico», en la práctica un pesado ritmo de grueso manto de terciopelo en ceremonia real lastra todo hasta el agobio.
Pedro Antonio Urbina