En el último año han aparecido varias películas familiares de alta calidad –Babe, el cerdito valiente, La pequeña princesa…- que han ampliado el alcance de un género habitualmente considerado menor. Ahora le ha tocado el turno a Toy Story, primer largometraje íntegramente animado por ordenador. Además de optar a otros cuatro premios menores, ha dado a su director, John Lasseter, un Oscar especial por «su contribución al desarrollo y a la magnífica aplicación de la técnica».
Tantas alabanzas a Toy Story no son exageradas. Sus trepidantes 85 minutos son toda una lección de buen cine, o lo que es lo mismo, de un despliegue de medios técnicos al servicio de una historia bien narrada, con personajes de entidad, diálogos de altura e inteligentes reflexiones de fondo.
El sólido guión parte del presupuesto de que los juguetes cobran vida cuando los seres humanos no están. La trama se centra en la rivalidad entre los dos muñecos favoritos de Andy, un niño de seis años. Por un lado está Woody, un estirado pistolero de trapo; y, por otro, Buzz Lightyear, un sofisticado muñeco que se cree un verdadero guardián del espacio. Los dos se perderán en la gran ciudad y caerán finalmente en las garras de Sid, un niño bastante sádico, cuya principal diversión es destrozar juguetes y construir con sus piezas dantescos muñecos mutantes.
Podría parecer la típica película infantil de animación; pero no lo es, ni mucho menos. Su prodigiosa animación tridimensional, sus espectaculares secuencias de acción, sus golpes de humor… funcionan porque el guión ha sabido tocar, a través de unos juguetes, fibras muy profundas del ser humano. En este sentido, Toy Story comparte con Babe ese sencillo e inteligente humanismo capaz de conmover al espectador con las reacciones de un muñeco. La preocupación de los juguetes ante los regalos que recibe el niño, la envidia de Woody hacia Buzz, el desconcierto de éste cuando descubre que es sólo un juguete y no un policía espacial, los esfuerzos de todos por cumplir bien su misión de divertir al niño, la patética aparición de los juguetes mutantes… son momentos de gran hondura dramática que dicen mucho sobre la dignidad del hombre, el sentido del trabajo o el valor de la amistad.
Todo ello se plantea a través de unas situaciones muy sugestivas, en las que abundan alusiones cinematográficas que gustarán a los buenos aficionados. Y con un buen humor desbordante y sutil, sin estridencias ni salidas de tono, que demuestra -como ha señalado John Lasseter-, que cine para adultos no significa sexo, violencia y vulgaridad, o que no pueda disfrutarlo la familia al completo.
Con todo lo dicho, queda claro que Toy Story está a la altura del lugar destacado que le ha correspondido en la historia del cine de animación.