La letra escarlata

TÍTULO ORIGINAL The Scarlett Letter

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: Roland Joffé. Guión: Douglas Day Stewart. Intérpretes: Demi Moore, Gary Oldman, Robert Duvall.

La película se inicia más de una hora antes de la homónima y magistral novela del norteamericano Nathaniel Hawthorne (Salem, 1804-1864), cuya acción se desarrolla a finales del siglo XVII, en la nueva colonia de Boston. En esta severa sociedad puritana, «religión y ley eran casi idénticas». Comienza con la presentación al pueblo de Hester Prynne, acusada de adulterio, que espera un hijo de quien no dirá el nombre ante los jueces. No fue condenada a muerte, sino a llevar sobre su pecho la letra A.

La película se va más atrás, inventando la situación y motivación que lleva a Hester a cometer adulterio en ausencia de su marido; con esto, no sólo quita el decisivo misterio -del que todo el pueblo participa- sobre la identidad del amante, sino que traza unos caracteres tan dispares a los de Hawthorne, que luego no podrán vivir (sería imposible) la profundidad de vida que el escritor les dio.

En la segunda hora, Roland Joffé (Los gritos del silencio, La misión, La ciudad de la alegría) replica la novela y la destroza. Se sirve del nombre de Hawthorne, con desprecio de lo ajeno, quizá para avalorar su trabajo, que no vale un comino (falta una norma legal que penalice el uso abusivo de obras que son patrimonio de la humanidad). Hawthorne recrea esa pasada época fundacional y esa peculiar y confusa religiosidad, de modo ciertamente crítico, pero sin olvidar la perspectiva histórica, que permite, no justificar, sino explicar crueles comportamientos humanos; presenta el pecado y la culpa, en el plano íntimo y en su repercusión social, la tortura de una conciencia insincera, y concluye: «Ante todo, sed veraces y mostrad al mundo con toda sinceridad, si no lo peor de vosotros mismos, sí aquello por lo que pueda deducirse lo peor».

Joffé, en cambio, sin preocupación histórica, hace un telefilm fanático y simplón, defensor del adulterio (no se corta un pelo mostrando cómo se pone en práctica), de la brujería, con muchos indios, tiros y muertes, y con un final feliz de pegote, mientras una voz en off clama: «¡Sólo Dios puede decir al hombre qué es pecado!». Pues ya lo dijo: cfr. Éxodo, 20, 14.

Pedro Antonio Urbina

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