Llamó la atención en todo el mundo el checo Jan Sverak con su primera película, Escuela elemental, candidata en 1991 al Oscar al mejor film en habla no inglesa; ahora, en 1997, lo ha obtenido con Kolya, tras ser candidata al Globo de Oro y ganar el Gran Prix, el Premio Governor y el premio al mejor guión en el Festival de Tokio de 1996. Estos premios han movido al gran público a conocer este tipo de cine, no habitual en las carteleras, y tal vez le muevan a valorar su gran calidad, casi reservada hasta ahora a cinéfilos.
Ciertamente, Kolya es una película sencilla, tanto por el tema y su tratamiento como por la realización. La breve historia transcurre en Praga, en el verano-otoño de 1989, poco antes de la llamada Revolución de terciopelo contra la ocupación soviética. Un soltero ya maduro, mujeriego, violoncelista relegado por la situación política a tocar en los funerales del crematorio de la ciudad, recibe la propuesta de un amigo para que acepte -a cambio de dinero- un formulario matrimonio civil, con el fin de que una joven rusa pueda conseguir la nacionalidad checa. Esta joven tiene un hijo de cinco años, Kolya, con el que, debido a imprevistas circunstancias, se quedará el violoncelista.
Así, la narración fílmica despliega, con medida contención sentimental, la capacidad de ser generoso del solterón antes egoísta, y el acercamiento candoroso a él del niño Kolya. El marco de época coopera en la sobriedad y eficacia de los trazos psicológicos, afectivos, junto a un numeroso grupo de personajes secundarios, muy bien trazados e interpretados. Zdenek Sverak, padre en la vida real del director de la película, es el intérprete principal -sobrio y convincente- y autor del guión, no sólo interesante por lo que tiene de retrato de una época, por la encantadora y realista historia humana, sino por su perfecta construcción.
Pedro Antonio Urbina