Director: Robert Redford. Guión: Eric Roth y Richard LaGravenese. Intérpretes: Robert Redford, Kristin Scott Thomas, Sam Neil, Scarlett Johansson, Chris Cooper. 165 min. Jóvenes-adultos.
Esta adaptación de la novela de Nicholas Evans refleja muchos de los problemas de la sociedad opulenta occidental: desunión en la familia, el stress de la gran ciudad, la adicción al trabajo y la falta de tiempo para lo que realmente importa. Es un canto a la serenidad y a la necesidad de volver a encontrar la paz. Aunque no es su mejor obra, resulta estimable este quinto film de Robert Redford tras la cámara, y el primero en que se dirige a sí mismo.
El guión de Eric Roth y Richard LaGravenese tiene bastantes puntos en común con el de Los Puentes de Madison, de Clint Eastwood, el trabajo más famoso de LaGravenese. Dos niñas de 14 años son arrolladas por un camión mientras montaban a caballo. Una de ellas muere; la otra, Grace, queda traumatizada por la pérdida de su amiga, la amputación de una de sus piernas y los sufrimientos de su caballo favorito. Su madre, Annie, se niega a sacrificar al caballo, pues cree que salvarlo podría ayudar a recuperar a su hija. Por eso, deja su estresante trabajo de editora en Nueva York -que la ha distanciado poco a poco de su marido- y marcha con la chica y el caballo a la finca de Tom Booker, un granjero de Montana célebre por su habilidad con los caballos. Allí, madre e hija se contagian de la tranquilidad que se respira, sólo rota por el apunte de idilio de la madre con Tom Booker.
El guión sigue paso a paso la novela de Evans, pero sus personajes -todos ellos muy bien interpretados- parecen más creíbles; sus conflictos, más reales, y las soluciones que da, más acordes con el espíritu de la historia, sin concesiones fáciles a la galería o al sentimentalismo, como sucede en la novela. Robert Redford ha apostado por un ritmo lento, que permite apreciar la naturaleza, los caballos y los paisajes, bellamente fotografiados por Robert Richardson, con un estilo que invita a la contemplación y que recuerda a ratos a la Oda al caballo, de Akira Kurosawa. En fin, una invitación a curar las heridas del alma lejos del mundanal ruido con sabor New Age, ingenuo e insuficiente: todo apunta hacia Dios, sin atreverse a llegar a Él. Esta carencia produce insatisfacción; salta a los ojos que falta algo y que todo ese alarde estético señala la solución, pero no la da.
Fernando Gil-Delgado