“¿Qué clase de madre da a su hijo en adopción?”, “no sé si podré querer a un niño adoptado como a mi propio hijo”, o “los niños adoptados tienen más probabilidad de tenerlo difícil en la escuela, tanto académicamente como en comportamiento”, son algunas frases acopiadas por la abogada y escritora Elizabeth Kirk sobre la adopción, una práctica sobre la que ella propone un cambio de óptica.
Según reflexiona en el blog del Institute for Family Studies, todas esas expresiones contribuyen al “suave estigma” que se cierne sobre esta realidad y que impide que muchos que se declaran partidarios de la adopción se decidan efectivamente por esta.
Kirk pide desarrollar una sensibilidad hacia este fenómeno, pues “una de las grandes barreras para la adopción es el miedo. Los padres temen poner a sus hijos en adopción porque creen que será malo para los niños. La gente teme adoptar porque les preocupa que el niño tenga necesidades mayores a las que ellos pueden gestionar”.
“El resultado de estos miedos –explica– es que, por una ratio de 50:1, la embarazada prefiere abortar a sus hijos antes que darlos en adopción. Las parejas infértiles, por su parte, eligen someterse a costosos e inciertos tratamientos de fecundación in vitro para crear su propia familia biológica (…). Y mientras, unos 110.000 niños en régimen de acogida esperan una familia para toda la vida”.
La adopción no es el problema, asegura Kirk, sino la respuesta al problema de la ruptura que ya existe en la condición humana. “Cualquier desafío que dicha ruptura ponga delante de un niño adoptado (…), será mucho mejor que la alternativa que tenía ante sí”.
La autora, madre adoptiva, comparte con sus lectores las emociones que acompañaron el momento en que ella y su esposo adoptaron a su primer hijo, y las razones por las que consideraron válida esta posibilidad, una “respuesta amorosa” para ayudar a los niños vulnerables.
En su opinión, se precisan políticas públicas que hagan de la adopción una alternativa valiosa y un proceso menos abrumador. “Necesitamos entender mejor cómo toma decisiones una mujer con un embarazo en circunstancias críticas, y también asegurar que los consentimientos informados contengan una información adecuada, completa y no coercitiva sobre la posibilidad de la adopción”.
Asimismo, explica que se debe echar mano del conocimiento que ofrecen la neurociencia y la psicología sobre los efectos del abuso, el trauma y la pérdida en los niños, y aplicarlo en los planes de tratamiento familiar para casos de acogida. “Finalmente, necesitamos comprender mejor el impacto de las organizaciones privadas y religiosas de beneficencia, y de las agencias públicas de acogida y cuidado, con el objetivo de fortalecer alianzas sólidas por el bien de los niños”.
Sobre todo, concluye, el foco debe estar en las necesidades del menor “y en responder mejor a sus necesidades con amor, más que con temor”.